Tortuga Antimilitar


Nuestra DANA, nuestro abandono, nuestra solidaridad

Tortuga Antimilitar - fai 23 horas 52 min

Aquí reproducimos el comunicado. Si quieres firmarlo más abajo tienes el formulario para pasarnos tus datos, te añadiremos lo antes posible.

Comunicado

Están dejando arder todo el noroeste de la península vaciada, desde el Estado español a Portugal. Desde Trás-os-Montes a Galicia, Asturias, León y Extremadura. La han dejado arder todos los partidos políticos, de un lado o de otro. Con perfecto conocimiento de causa. Hasta conseguir transformarlo en un megaincendio transnacional, ante al que ya reconocen, los medios técnicos no pueden actuar. Nos piden que confiemos en que llueva. O nieve. Pero los incendios se atajan con prevención, o si ya se han iniciado, atacándolos al principio, no dejándolos avanzar. Justo lo contrario de lo que se ha hecho. La Sierra de la Culebra y sus muertos fueron un macabro ensayo. No pueden decir que no lo sabían.

Nos duele que, a los once días del inicio de los incendios, continúe la pelea entre los políticos, en un calculado juego de desgaste político, dejando arder cada día más miles de hectáreas y calculando los votos que les puede acarrear, a uno u otro lado, en las próximas elecciones. Sin embargo, agradecemos la ayuda que se está empezando a desplegar desde otros puntos del Estado, aunque si hubiera llegado antes, habría ahorrado sufrimientos.

El fuego devora Palacios de Jamuz, León.

Nos duele que a pocos kilómetros del megaincendio de Cabrera-Bierzo, exista, en Astorga, un regimiento militar, cuya función desde hace años es bombardear el monte Teleno, monte sagrado de los astures, y que cuenta con sofisticados medios para apagar los incendios que sus bombardeos producen, pero no hayan salido a apagar lo que tienen al lado. Nos duele que sí haya dinero para preparar unas guerras por los últimos recursos accesibles del planeta, unas guerras que no queremos, en las que no queremos que mueran nuestros hijos e hijas, y no haya dinero para prevenir los incendios, para cuidar nuestra Naturaleza.

Es nuestra DANA regional, producto no solo del calentamiento global, sino sobre todo de las políticas de décadas de todos los partidos, consistentes en reducir servicios públicos, empujar a la población hacia las ciudades y vaciar el campo. Para luego explotar a su antojo el aire, el agua, los bosques, los minerales, para seguir manteniendo las conurbaciones de la periferia que no producen más que desechos, un modelo suicida de crecimiento que aunque la sociedad no lo quiera ver, tiene los días contados.

Nos queda el ejemplo de estos días y sobre el que tendremos que, más allá de las palabras, comenzar a construir redes de apoyo para enfrentar y mitigar las próximas crisis, que más tarde o más temprano regresarán posiblemente con más fuerza. Brigadistas, voluntarios, personas anónimas apegadas a su tierra, luchando contra los desalojos, luchando para defender sus casas, sus animales, los bosques, la tierra... porque el Estado, como en todas las crisis, no ha respondido. Autoorganización popular, apoyo mutuo, solidaridad y vida.

Ver firmantes y, si se desea, firmar el manifiesto: https://forms.komun.org/incendios-n...

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La isla de Benidorm: La leyenda del gigante que dio vida a este lugar mágico

Tortuga Antimilitar - 19 August, 2025 - 00:00

C. Suena

Frente a las costas de la bulliciosa ciudad de Benidorm, en el corazón del Mediterráneo, se alza un pequeño islote que esconde más de lo que aparenta. La isla de Benidorm, a tan solo 3 kilómetros de la ciudad, ha cautivado a turistas y locales no solo por su belleza natural, sino por la misteriosa leyenda que la rodea. Este lugar no es solo un refugio de aves marinas y una atracción turística, sino el escenario de una historia de amor trágica y mitológica que sigue fascinando a quienes la visitan.

El origen de la isla de Benidorm está envuelto en un aura de misterio. Cuenta la leyenda que, hace cientos de años, un gigante de gran tamaño y corazón solitario habitaba en las faldas del imponente Puig Campana, una montaña que domina el horizonte de Benidorm. Su vida transcurría en soledad, cazando animales y recogiendo leña para sobrevivir a los inviernos. Pero todo cambió el día en que, en uno de sus paseos rutinarios, se cruzó con una hermosa doncella cuyo rostro iluminó su oscura existencia. Para sorpresa de Roldán, el gigante, la joven no sintió miedo al verle. En su lugar, nació una conexión única: ella se enamoró de él con solo mirarle, y así comenzó una historia de amor tan intensa como trágica.

Con el tiempo, la doncella se mudó a la cabaña del gigante y vivieron felices durante años, aislados en su propio mundo. Pero como toda historia de amor épico, la tragedia pronto llamó a su puerta. Un día, mientras Roldán paseaba por las montañas, un misterioso ente apareció ante él con un sombrío mensaje: su amada estaba destinada a morir al caer el último rayo de sol. Aterrorizado por la idea de perder a la única persona que había amado, Roldán corrió hacia su cabaña para comprobar el estado de su amada, solo para descubrir que la profecía estaba a punto de cumplirse.

Desesperado y con el tiempo en su contra, el gigante se negó a rendirse. Sabía que no podía detener la caída del sol, pero ideó un plan: si no podía evitar que el sol se ocultara, al menos podía retrasar su final. Con su fuerza sobrehumana, golpeó con furia el Puig Campana, arrancando un enorme fragmento de roca que voló por los aires y aterrizó en el mar, creando lo que hoy conocemos como la isla de Benidorm.

Junto a su amada, Roldán se trasladó a la nueva isla, donde los últimos rayos del sol iluminaron ese nuevo paraíso en medio del mar. Con el último suspiro de su amada, el gigante fue consumido por la tristeza. Se quedó a su lado, día tras día, hasta que finalmente murió, incapaz de soportar la pérdida.

Así, según la leyenda, la isla de Benidorm no es solo un trozo de roca en medio del Mediterráneo, sino un símbolo de un amor tan profundo que transformó la geografía de la región y que se ha transmitido de generación en generación.

Ciencia vs leyenda: el misterio de la isla de Benidorm

A lo largo de los años, han surgido diferentes versiones sobre la creación de la isla de Benidorm. Algunos niegan la existencia del gigante, asegurando que Roldán no era más que un comandante del ejército de Carlomagno, quien en una feroz batalla cortó el Puig Campana con su espada, desprendiendo la roca que se convirtió en la isla. Sin embargo, la ciencia ofrece una explicación más geológica, atribuyendo la formación de la isla a movimientos tectónicos que la separaron de la Serra Gelada, una cadena montañosa cercana. No obstante, la realidad científica no ha conseguido desbancar al mito en la imaginación de los locales y turistas. Para muchos, la historia del gigante Roldán sigue siendo la verdadera razón de la existencia de la isla de Benidorm, un lugar donde el amor y la tragedia se entrelazan con el paisaje mediterráneo.

Puesta de sol en la cima del Puig Campana, donde el sol se esconde justo por la hendidura donde dicen se desprendió el peñón que conforma la isla benidormense. INFORMACIÓN

Aunque la leyenda del gigante Roldán es una de las versiones más románticas y trágicas sobre el origen de la isla de Benidorm, su aura de misterio no termina ahí. A lo largo de los siglos, han surgido diversas teorías y relatos sobre la formación del islote, aunque ninguna tan encantadora como la historia del gigante.

Hoy en día, la isla está deshabitada, pero ofrece una experiencia única a los visitantes que llegan en las embarcaciones conocidas como "golondrinas".

El misterioso ecosistema marino: vida bajo las aguas de la isla

No solo en tierra firme es donde la isla de Benidorm guarda sus secretos. Bajo sus aguas, a profundidades de hasta 20 metros, se despliega un mundo submarino fascinante, que es muy apreciado por los buceadores. Las leyendas se combinan con la naturaleza cuando, alrededor de la base rocosa de la isla, habitan criaturas como doradas, sarpas, cabrachos, pulpos, nudibranquios y morenas. Estas especies marinas encuentran refugio en los alrededores de la isla, creando un ecosistema tan diverso como intrigante.

Para muchos, sumergirse en las aguas que rodean la isla de Benidorm es como entrar en otro mundo, donde el mito del gigante y la belleza de la naturaleza se funden. Este aspecto de la isla añade aún más misticismo a su ya fascinante historia, convirtiéndola en un destino único para los amantes de lo oculto y lo sobrenatural.

La isla de los periodistas: un legado histórico

La isla de Benidorm no solo destaca por su belleza y leyendas, sino también por su relevancia histórica. Durante la baja Edad Media, fue un refugio para piratas que amenazaban la costa, ante los cuales Benidorm se defendía con las fortificaciones de lo que hoy conocemos como El Castillo. Más tarde, en el siglo XIX, la isla sirvió como refugio para familias de Benidorm y La Vila, que buscaron protección en sus tierras para escapar de una devastadora epidemia de cólera que azotaba la región.

Además de su leyenda, la isla de Benidorm guarda otra anécdota que no todos conocen. El 26 de mayo de 1970, durante una Asamblea Nacional de Periodistas celebrada en Benidorm, el islote fue nombrado oficialmente La Isla de los Periodistas. Este reconocimiento simbólico destaca la importancia de la isla como un punto de referencia no solo natural, sino también cultural e histórico.

Un destino turístico con alma de leyenda

La isla de Benidorm no es solo un destino turístico, sino un rincón del Mediterráneo lleno de misterio, donde las leyendas y la naturaleza se encuentran. Ya sea para explorar su paisaje o sumergirse en las profundidades de su ecosistema marino, la isla ofrece una experiencia inolvidable. Pero es su historia, la leyenda del gigante enamorado, la que sigue cautivando a quienes buscan algo más que sol y playa.

Fuente: https://www.informacion.es/ocio/pla...

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Los malditos que prenden el monte, porqué lo queman, y a ver qué hacemos con ellos

Tortuga Antimilitar - 18 August, 2025 - 00:10

Considerando que es una reflexión que no ha perdido actualidad ninguna, recuperamos este artículo publicado en Tortuga el 2 de septiembre de 2012. Nota de Tortuga.

El pasado domingo 19 de agosto tuve el dudoso honor de presenciar los primeros compases de uno de los mayores incendios forestales del verano: el de Castrocontrigo, en León (ver noticia abajo). Desde el portillo que une Castro con los pueblos zamoranos de Justel y Muelas de los Caballeros se podía ver bien todo su frente de desarrollo en su lado Sur (adjunto fotos que yo mismo tomé, menos la última hecha por mi compañera desde la ventanilla del coche), y cómo avanzaba devorando monte en dirección al Teleno y a la tierra del Jamuz. Era perfectamente perceptible cómo había al menos tres focos diferentes sin conexión entre sí, lo que ofrece pocas dudas sobre su carácter intencional. Al día siguiente el periódico hablaba de doce incendios, todos provocados, en el mismo día, en la provincia de León.

Y me pregunto, ¿quién quema el monte? Las propias versiones oficiales, de las que cabe dudar ampliamente ya que el estado es juez y parte en todo este tipo de desaguisados, llegan a reconocer que hay muy pocos incendios por causas naturales. El resto los reparten entre las “negligencias” y los directamente provocados. Las teles nos hablan de que hay muchos “pirómanos”. Como si todo aquel que espera calculadamente a ese día más caluroso y seco del año para prender el monte a la hora más desfavorable para su extinción precoz fuera poco menos que un demente evadido de un psiquiátrico. Y más explicaciones (sociales, económicas, urbanísticas, industriales...) no nos dan.

Eso sí, con lo de las negligencias insisten mucho. Que si las colillas, que si los agricultores imprudentes, los excursionistas que no apagan barbacoas etc.

Intereses del propio estado

Cuando el poder insiste tanto en un tipo de explicaciones y tan poco en otras hay que pensar que algo huele a chamusquina. Negligencias de esas haberlas háilas pero, en mi opinión, a la administración le viene bien asociar a esa causa un buen número de incendios intencionados y cualquiera que tenga un origen dudoso. ¿Por qué? Pues, en primer lugar, para evitar tener que dar explicaciones sobre la otra causa, la de los incendios provocados, la cual pondría sobre la mesa el debate de los intereses urbanísticos, industrial-madereros, empresariales, etc en los que los políticos gobernantes tienen siempre su hocico metido.

En segundo lugar, porque al poder siempre le viene bien hacer circular estados de opinión que refuercen la idea de que la gente es mayoritariamente irresponsable, imprudente y peligrosa. Así el estado, ajeno a cualquier tipo de autocrítica acerca de a ver qué tipo de educación obligatoria da a sus “ciudadanos”, queda legitimado para endurecer leyes, ampliar aparatos represivos y reforzar cualquier mecanismo de control social. Véase como principal consecuencia en este tema (que se une al resto de temas) el formidable avance del control y restricción que se ha dado en la última década en todo lo que tiene que ver con acceso a y disfrute de los montes cada vez más irónicamente llamados “públicos”. Ni qué hablar del aumento de presión y control sobre la población rural que tradicionalmente vivía de estos recursos. En nombre de la ecología, para más cachondeo.

No viene mal recordar también que por mucho que puedan ser negligencias las causas de algunos de estos incendios, tales negligencias estarían dándose sobre un terreno negligentemente, incluso intencionadamente, abandonado por la propia administración. En bosques de los que ha sido desplazada la población que los aprovechaba y mantenía limpios. Lugares en donde ya nadie o casi nadie se ocupa, mucho menos el poder estatal, de la eliminación de maleza y ramas secas.

Y tampoco debemos olvidar que los políticos e instituciones sacan tajada directa de los incendios. Véase lo bien que vienen, por ejemplo, para prestigiar al ejército, o para que el político de turno se cuelgue medallas y distraiga a su opinión pública. Para que el alcalde contrate a sus votantes en las brigadas. O para que los gobernantes puedan meter la mano en la caja de las partidas dedicadas a prevención y extinción de incendios, contratar a las empresas de sus familiares y amigos y cosas de estas que conocemos bien por las páginas de crónica política de los diarios.

Consecuencias de la destrucción del mundo rural tradicional

¿Por qué se quema entonces de forma intencionada el monte en sitios como León?

Podemos ver claro los intereses urbanísticos en connivencia con el poder político en la mayoría de los incendios levantinos. En Alacant, por ejemplo, mucha gente recordamos el más que sospechoso incendio del monte protegido cerca de Benidorm que inmediatamente se recalificó para instalar la monstruosidad de Terra Mítica. Pero en las aisladas y deshabitadas comarcas de la Sanabria, la Carballeda, la Cabrera o Jamuz, que sepamos y por suerte, nadie proyecta un parque temático o un Eurovegas.

Preguntamos a la gente de los pueblos de la zona y se encogen de hombros: que si los cazadores para que en la temporada de caza el terreno esté más despejado, que si, quizá, algún brigadista de extinción a quien no han contratado este año... Con estupor me entero de que hay municipios de la provincia de León cuyo monte arde cada año. ¿Cual puede ser la causa? Mirando a ver cual es la economía de esos pueblos, mayoritariamente primaria (ganadería más que agricultura), puede advertirse que muchas familias en invierno viven de “los pinos”. Es decir, son contratados para trabajar en cuadrillas en la temporada de reforestación de los montes. Acabáramos.

¿Y qué ha llevado a la menguada población de estas comarcas a abandonar su tradicional autogestión agrícola y ganadera para tener que depender de este tipo de trabajo asalariado subvencionado tan destructivo, tanto para el territorio, como puede verse, como para los tejidos sociales tradicionales?

Las respuestas son muchas. La principal tiene que ver con la economía capitalista que especula con los alimentos en mercados globalizados y somete a innumerables intermediaciones los productos agropecuarios hundiendo el precio pagado a los productores. En comarcas fundamentalmente rurales esta dinámica obliga a la población a emigrar o al complemento laboral asalariado que era ajeno a su cultura en la mayoría de los casos.

Pero, además, estos días he oído criticar mucho la presión estatal sobre agricultores y ganaderos. “No dejan ni podar las zarzas en los prados del ganado porque dicen que las moras son el alimento de las aves”, me decía un lugareño. “Si tocas una sola rama en el monte estás listo. No puedes hacer absolutamente nada”, añadía. Este verano leía que una de las medidas decretadas para evitar incendios por “negligencia” era la prohibición de cualquier actividad agrícola que pudiera provocar chispas. Por ejemplo se ha llegado a prohibir segar en la temporada de la siega, cuando el pasto está completamente seco. ¿Estamos locos?

Yo soy de la fatalista opinión de que el estado y sus subvenciones enmierdan cada cosa que tocan. Como hay incendios, se crean fondos institucionales para prevención y reforestación. Enseguida se pone en marcha la máquina clientelista y chanchullera, cuando no mafiosa. Comisiones por aquí y por allá, contrato a esta empresa y no a la otra, si quieres trabajar de peón tienes que ser “de los nuestros” etc. Y como el dinero todo lo pudre, surge la codicia. Cuanto más monte quemado, mejor; más trabajo y más negocio. Es lo que tiene la sustitución de formas de vida tradicionales sostenibles y económicamente independientes por los beneficios de la modernidad. Por mucho que la llamen “de bienestar”.

¿Qué hacemos pues?

Como no podía ser menos, surgen voces que piden el endurecimiento del código penal para este tipo de delitos. Hay que decir que en este tema -a diferencia de cualquier otro, en el que se mueven como balas- los políticos gobernantes cacarean menos, y es un asunto del que año tras año opinan pero con sordina, cuidándose de no llevar a la práctica las propuestas. ¿Por qué? Pues piense mal y acertará. Sin embargo la devastación de este verano ha sido tal que les ha obligado a mayores pronunciamientos.

Es de creer que la mayoría de la población que vive ajena a la problemática llegaría a aplaudir no solo un endurecimiento penal para quien prende el monte, sino incluso que se aprobara la medida de que murieran a fuego lento atados a un poste en mitad del bosque en llamas.

Yo, una vez más he de disentir. Por una parte, porque endurecer las penas no suele ser una medida eficaz como se ha demostrado en otros delitos. Ya buscará sus mañas quien quiera seguir quemando, perfeccionando sus métodos o contando con la complicidad de los agentes policiales correspondientes, tal como sucede, por ejemplo, con el narcotráfico de hachís en la frontera sur peninsular. El castigo nunca actúa sobre causa alguna, las cuales siempre permanecen.

Por otra parte, porque una sociedad que cualquier problema lo quiere resolver a base de castigos y cárceles es una sociedad que ha dimitido de intentar hacer las cosas bien y de cualquier valor de humanidad. Ello sin nombrar lo que tal cosa le facilita el trabajo al poder. Alguien decía esta frase: “Quien quiera salvaguardar su libertad deberá proteger de la arbitrariedad hasta a sus enemigos, o se establecerá un precedente que se volverá contra él”.

El problema de los incendios forestales, como casi cualquier otro, solo puede afrontarse actuando sobre su raíz, sobre su génesis. En el caso concreto que estamos analizando aquí pasa por revitalizar los modelos económicos (y de paso los políticos) locales recuperando su sostenibilidad tradicional. Las actividades primarias productivas de toda la vida deben mantenerse y recuperarse mientras recorren el camino necesario para irse desvinculando de la tiranía del mercado capitalista. Tal como se está haciendo en diferentes lugares del mundo y, por ejemplo, en algunas comarcas catalanas, hay que volver a lo ecológico, a la autogestión, al comunalismo y al intercambio local de bienes y servicios. Estas comarcas poseen la suficiente riqueza para autoabastecer cualquier necesidad básica siempre que sea dentro de unas coordenadas que se alejen de los cantos de sirena de “la sociedad de consumo”, y están en condiciones también de comerciar ventajosamente con sus excedentes.

Mientras tanto, opino (y espero que nadie me tire ninguna piedra) que sería una medida excelente a tomar por alguien el que desapareciera cualquier tipo de subvención a la prevención de incendios y a la reforestación en estas comarcas. Así se podría romper el círculo vicioso. Si los habitantes del lugar (yo soy originario de una de estas bellas comarcas) aman su monte, que lo cuiden y mantengan de forma voluntaria y gratuita. Con especies autóctonas y no con pinos a ser posible. Y si no, pues que lo incendiado por la industria del fuego, sin que nadie pueda obtener el menor beneficio del desastre, quede quemado unos años o las décadas necesarias para que se regenere por sus propios medios. A ver si así la gente reflexiona y las nuevas generaciones llegan a la conclusión de que hay que cambiar no pocas cosas o nos vamos todas y todos al garete.

Feliz fin de verano.

Ver también:

Javier Colmenarejo, vicepresidente de la Federación Estatal de Pastores: "Los pirómanos son los que echaron a los ganaderos del monte"
Se refiere a los poderes públicos.

El peor fuego de la década en León arrasa 8.000 hectáreas de gran valor ecológico

El incendio intencionado que se declaró en Castrocontrigo sigue en nivel 2 de alerta.

El incendio intencionado que se declaró este domingo en Castrocontrigo, en la provincia de León, y que amenaza a nueve pueblos, es el peor de la década, según ha manifestado José Ángel Arranz, director general del Medio Natural de la Junta de Castilla y León. El fuego continúa con un frente activo al sur de la sierra de Teleno y su perímetro ya alcanza los 15 kilómetros. Fuentes oficiales han confirmado que ya han ardido 8.000 hectáreas de una zona de alto valor ecológico. En la tarde del martes, los esfuerzos se concentran en la localidad de Morla de la Valdería, donde trabajan la mayor parte de los medios aéreos empleados. El fuego se mantiene el nivel 2, debido al riesgo que entraña para personas y bienes. La región se ha convertido en una "gran zona incandescente", por lo que las llamas pueden volver a revivir con cualquier "mínimo movimiento de aire", ha explicado Arranz.

Más de 800 técnicos forestales, entre los estatales y los de la comunidad están luchando para sofocar las llamas. A los 350 efectivos de la Unidad Militar de Emergencias (UME) que ya se encuentran en la zona se han sumado este martes otros 150 militares a petición de la Junta de Castilla y León. El alcalde de Castrocontrigo —municipio de unas 900 personas—, Aureliano Fernández, ha descartado que, por el momento, sea necesario el desalojo de los vecinos, dado que el peligro es "potencial, pero no inminente". Los casi cien habitantes de la localidad de Torneros de Jamuz sí fueron evacuados el lunes por una hora, aunque pudieron regresar a sus casas, una vez que se estimó que no había amenaza para la población.

Fernández ha explicado que de la evolución de las condiciones meteorológicas va a depender la erradicación del fuego: El "tema capital" es que "la temperatura no se eleve mucho y el viento no se acelere". A esto se une, ha señalado, el viento que se genera en la combustión de una zona cuajada de pinos centenarios. El hecho de que se trate de un incendio de copa, con descargo de pavesas desde la parte alta, ha apuntado el alcalde, dificulta enormemente la extinción. El cambio en la madrugada del martes de un fuerte viento de sureste a noreste permitió que se introdujera maquinaria terrestre y se apagara un perímetro de 10 kilómetros, ha informado Medio Natural de la Junta.
Ya hubo un conato de fuego hace una semana entre Castrocontrigo y Torneros de la Valdería, que se pudo controlar en poco tiempo. El que se ha declarado este domingo tuvo su foco en una zona de abundante maleza y arrancó a las horas de más calor.

El incendio está arrasando una zona rica en níscalos y resina de los pinos de la especie arbórea pinaster. Además, está asolando cotos de caza, y centros y rutas de turismo y senderismo. El futuro para las familias que se dedican a la obtención de resina es muy incierto en un territorio en que la agricultura se debilita, ha resaltado el regidor de Castrocontrigo.

Los militares han llegado a petición de la Junta de Castilla y León procedentes de Torrejón, Morón de la Frontera, Zaragoza y León.
Los medios aéreos —13 helicópteros y cinco aviones— han sido aportados por el Gobierno de la comunidad y el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. Los helicópteros proceden de las bases leonesas de Rabanal, Cueto, Camposagrado y Tabuyo, y de Lubia (Soria) y Laza (Orense). Dos aviones de carga en tierra vuelan desde Rosinos (Zamora), dos naves anfibias desde Matacán (Salamanca) y otra más desde Lavacolla (La Coruña).

Además, participan once vehículos bulldozer, ocho agentes medioambientales y forestales, siete motobombas, seis cuadrillas de tierra, cinco técnicos, cuatro cuadrillas transportadas en helicóptero, tres brigadas de refuerzo y una dotación de la UME.

Este ha sido un fin de semana especialmente complicado por la declaración de varios incendios intencionados en las provincias de Ávila, León y Zamora. La Junta de Castilla y León rebajó este lunes a nivel 0 —que indica que no hay peligro para personas o bienes— los incendios de Villaobispo de Otero (León) y la localidad abulense de Solana de Ávila.

El consejero de Fomento y Medio Ambiente de Castilla y León, Antonio Silván, hizo este mismo día un "llamamiento a la sociedad" para que no permanezca "impasible" ante la actuación de "los desalmados" que "atentan" contra el medio natural y "ponen en riesgo la vida de personas" al provocar los diversos incendios. En los mismos términos se ha manifestado el presidente de la Junta, Juan Vicente Herrera, quien ha solicitado la "movilización social" para la denuncia de "negligentes" o "criminales".

Castilla y León sigue ardiendo

AGENCIAS

Bomberos, varias cuadrillas de efectivos de la Junta de Castilla y León y vecinos provistos de palas y maquinaria agrícola tratan de controlar el incendio declarado en la tarde del martes en el término de Fresno de Rodilla (Burgos), a unos 20 kilómetros de la capital. Las llamas se han acercado a 500 metros del municipio, en un fuego que tiene varios focos a ambos lados de la carretera BU-V-7022. El siniestro afecta a una zona de cultivo de cereal, otra de arboleda y de recreo, un bosque de pinos y una superficie en la que se encuentran varias instalaciones de energía eólica. Aún se desconocen sus causas. Se ha decretado el nivel 1 de alerta —sobre 3—.

Otros incendios de menor magnitud se han cebado con la provincia de Burgos. Uno de ellos se ha originado en Quintanapalla, a unos 15 kilómetros de la capital. A las afueras de esta, han saltado varios fuegos en el Alto de la Varga.

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Proudhon: Qué es ser gobernado

Tortuga Antimilitar - 18 August, 2025 - 00:00

Ser gobernado es ser observado, inspeccionado, espiado, dirigido, sometido a la ley, regulado, escriturado, adoctrinado, sermoneado, verificado, estimado, clasificado según tamaño, censurado y ordenado por seres que no poseen los títulos, el conocimiento ni las virtudes apropiadas para ello.

Ser gobernado significa, con motivo de cada operación, transacción o movimiento, ser anotado, registrado, contado, tasado, estampillado, medido, numerado, evaluado, autorizado, negado, endosado, amonestado, prevenido, reformado, reajustado y corregido.

Es, bajo el pretexto de la utilidad pública y en el nombre del interés general, ser puesto bajo contribución, engrillado, esquilado, estafado, monopolizado, desarraigado, agotado, embromado y robado para, a la más ligera resistencia, a la primera palabra de queja, ser reprimido, multado, difamado, fastidiado, puesto bajo precio, abatido, vencido, desarmado, restringido, encarcelado, tiroteado, maltratado, juzgado, condenado, desterrado, sacrificado, vendido, traicionado, y, para colmo de males, ridiculizado, burlado, ultrajado y deshonrado.

Proudhon, Pierre-Joseph, L'idée générale de la Révolution ou 19e siècle, París, 1929, p. 344.

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La puça y el general

Tortuga Antimilitar - 18 August, 2025 - 00:00

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Helder Cámara: Hay tres tipos de violencia

Tortuga Antimilitar - 17 August, 2025 - 00:00

Hay tres tipos de violencia...

La primera, madre de todas la demás, es la violencia institucional, la que legaliza y perpetúa las dominaciones, las opresiones y las explotaciones, la que aplasta y cercena a millones de hombres en sus engranajes silenciosos y bien engrasados.

La segunda es la violencia revolucionaria, que nace de la voluntad de abolir la primera.

La tercera es la violencia represiva que tiene por objetivo asfixiar a la segunda, haciéndose cómplice y auxiliar de la primera violencia, la que engendra todas las demás.

No hay peor hipocresía que llamar violencia sólo a la segunda fingiendo olvidar la primera, que la hace nacer, y la tercera que la mata."

Hélder Câmara

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La expulsión de los moriscos españoles, un crimen de lesa humanidad

Tortuga Antimilitar - 16 August, 2025 - 00:00

Ignacio Fontes

Seguimos en la España del siglo XVII, el Siglo de Oro de los creadores, de oro molido para una minoría de privilegiados y de oropel para la inmensa, sufrida mayoría. Tras las deslumbrantes bambalinas literarias, artísticas, científicas reina el orden bien entendido: es una de esas épocas de extremada corrupción a que tan aficionadas son, históricamente, las élites de la sociedad española.

La corte de Felipe III, ‘el Piadoso', está dominada por su valido: Francisco de Sandoval y Rojas, marqués de Denia –recompensados sus oficios por el monarca con el ducado de Lerma y grandeza de España–, un águila en el tráfico de influencias, los sobornos, la venta de cargos públicos y, sobre todo, santo (o diabólico) patrón honorario del Colegio Oficial de Especuladores Inmobiliarios de España.

Hasta 1561, la corte de Castilla había sido, como en muchos otros países europeos, itinerante, es decir, se establecía en la ciudad donde se celebrara la convocatoria a Cortes Generales. Los planes unificadores de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón eligieron Castilla por no ser, paradójicamente, tan centralista como Aragón y su nieto Carlos V y bisnieto Felipe II mantuvieron la tradición, aunque designaran Toledo como residencia personal. En 1561, Felipe II se trasladó a Madrid, por ser ciudad fortificada por los fundadores árabes, disponer de un alcázar acondicionado por su padre, estar alejada de los centros de poder y presión de los grandes aristócratas y eclesiásticos y tener un clima apropiado para la frágil salud de su tercera esposa, Isabel de Valois. Y aunque las Cortes generales siguieron migrando por Castilla –Toledo, Aranjuez, Ocaña, Ávila, Medina del Campo, Segovia, incluso Madrid y Valladolid, que las albergó 45 veces a lo largo de la historia–, con el tiempo se convirtió en capital del imperio español.

En 1601, Lerma convence al rey, un indolente entregado a la caza, a su pasión por las artes y a sus rezos compulsivos, de la conveniencia de trasladar la capital del reino de Madrid a Valladolid, a pesar de las inútiles protestas, fiestas y rogativas de la nobleza, los comerciantes y el pueblo madrileño para que no lo hiciera. Cuando cortesanos y funcionarios llegaron a Valladolid con intención de comprar fincas para sus nuevas casas y palacios se encontraron con que el dueño de todo no era otro sino el duque de Lerma, que se había dedicado con anterioridad a comprar fincas e inmuebles vallisoletanos a un precio ridículo y ahora las vendía a precio de oro. El mismo rey estuvo un tiempo sin palacio propio, hasta que el duque le vendió el de Benavente, que él mismo había comprado meses antes. Además, Lerma quería alejar al rey de la influencia de su madre, María de Austria, recluida en el convento de las Descalzas Reales de Madrid, enemiga de las trapacerías del valido. Fallecida ésta, Lerma, que había hecho la operación inversa, comprando a la baja en el deprimido mercado inmobiliario madrileño, y cobrando exacciones a los comerciantes, convenció nuevamente al monarca de devolver la capitalidad a su sitio en 1906.

Con la muerte de Felipe III y el cambio de valido, los enemigos de Lerma hicieron limpieza y sacaron a la luz los delitos y las fortunas ilícitas de los anteriores mandamases, lo que llevó a juicio en 1619 a Lerma y a su hombre de confianza, Rodrigo Calderón, quien terminó siendo ajusticiado en la Plaza Mayor de Madrid en 1621. Pero no pudieron juzgar al duque, ya que se adelantó jugando hábilmente una carta que le salvaría la vida: solicitó al papa Pablo V que lo nombrara cardenal, lo que suponía que sólo el Sumo Pontífice podía juzgarle y, por consiguiente, eludir la justicia del nuevo rey, Felipe IV, quien, además, estaba obligado a rendirle pleitesía como alto representante de Cristo en la tierra, ya saben. El papa, que le debía de deber algún señalado favor, accedió en 1618 a la petición y le concedió el capelo cardenalicio. Ante este hecho, se hizo famosa en la corte una coplilla de Juan de Tassis, conde de Villamediana:

Para no morir ahorcado,

el mayor ladrón de España

se viste de colorado.

Lo dicho: un águila.

Aunque, cardenal y todo, finalmente, cayó, y tras vestirse de colorado, Felipe III lo desterró a su mayorazgo de Lerma y en agosto de 1624 fue condenado a devolver al reino más de un millón de ducados, unos 200 millones de euros actuales y entonces, una quinta parte de las rentas anuales de la corona.

De las honrosas capitulaciones a la persecución

Pero mucho antes de su caída, todavía le quedaba otro negocio indigno: la expulsión de los moriscos: 300.000 españoles que dejaron atrás unas 100.000 viviendas, tierras, negocios, riquezas...

Hace 415 años, el 4 de agosto de 1609, Felipe III, tras haber obtenido Lerma la unanimidad del Consejo de Estado, firmó la orden para expulsar a los moriscos de España y de todos los territorios de la Corona y con ella se consuma otro de los feroces episodios de la historia de “este país de todos los demonios”, como lo llamó el poeta Jaime Gil de Biedma.

Hubo antecedentes, unos provechosos para las arcas de la corona y de la Iglesia, la expulsión de los judíos en 1492, y otros para el reino de Cristo en España, las conversiones masivas de moriscos para huir del exterminio en que estaban empeñados sujetos como san Vicente Ferrer y el canciller de Castilla y obispo de Burgos Pablo de Santa María –el judío converso Salomón ha Levi, que había sido gran rabino de Castilla–, pero, al contrario que los judíos –'pueblo deicida', acaparadores de bienes, recaudadores de impuestos, etcétera–, con los moriscos no había ninguna animadversión popular. De hecho, durante la llamada ‘Reconquista' –término en discusión por la historiografía moderna–, los conquistadores cristianos habían observado en el camino de vuelta los mismos términos que habían establecido los conquistadores andalusíes en el camino de ida: respeto de la religión, costumbres, derecho del pueblo conquistado, que sólo estaba obligado, si no se convertía a la religión del conquistador, de satisfacer impuestos personales y territoriales.

De hecho, las rebeliones mudéjares (musulmanes no bautizados) y moriscas (musulmanes bautizados) de los reinados de los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II, obedecieron a deshonrar, impulsados por integristas intolerantes como Tomás de Torquemada y el cardenal Cisneros, las capitulaciones firmadas en 1591 por Isabel y Fernando con Boabdil el Chico para la rendición del reino de Granada.

Judíos y musulmanes de los reinos ibéricos, pronto: de España, estaban presos en un círculo infernal: mientras conservaran su creencia estaban a salvo de la feroz Inquisición, que, como pareciera natural, sólo tenía potestad sobre los creyentes en la “Verdadera Fe de Cristo”. Pero si no se convertían, eran expulsados, perdían todos los bienes que no pudieran transportar y no podían sacar oro, plata ni monedas ni joyas. Y si se convertían, se convertían en cristianos nuevos, carne de cárcel, de hoguera, de expolio..., en víctimas de la feroz Inquisición. Desde que en 1499 cambia la política religiosa en Granada, las acciones contra los moriscos se suceden cada año a lo largo de todo el siglo XVI hasta desembocar en la expulsión definitiva.

El 22 de septiembre de 1609 se dio a los moriscos de Valencia, por donde empezó la expulsión –la comunidad morisca valenciana constituía un tercio de la población–, un plazo de tres días para embarcar –obligándolos a pagar el pasaje en navíos de la flota de Flandes– “y que se echen en Berbería” con los bienes muebles que pudieran acarrear, “sin que reciban mal tratamiento, ni molestias en sus personas, ni lo que llevaren, de obra, ni de palabra”, advirtiendo que si cumplidos los tres días fueran encontrados por los caminos u otros lugares “pueda cualquier persona sin incurrir en pena alguna prenderle, y desvalijarle, entregándole al Justicia del lugar más cercano; y si se defendiere, le pueda matar”. Felipe III decía en su orden real que adoptaba el “remedio a que en conciencia estaba obligado, para aplacar a nuestro Señor que tan ofendido está desta gente”...

Apaciguar al Señor era, pues, lo principal para los católicos delincuentes; llenarse las faltriqueras –por tercios: la corona, la Iglesia y la Inquisición, descontando las prebendas y lo que se pegara a las manos de los intermediarios–, efecto colateral no buscado. El Consejo de Estado, presidido por Lerma, se oponía a la expulsión por las graves consecuencias económicas y para el desarrollo del país que supondría –en la memoria seguía presente la nefasta experiencia de la expulsión de los judíos– y argüían, razonablemente, que la falta de integración de los moriscos era culpa de “los señores”, que “se aprovechan de ellos” y los mantenían en condiciones extremas de pobreza, y puesto que se mandaban misioneros a evangelizar China y Japón, con más razón habían de emplearse en hacerlo con los moriscos españoles. Prejuicios que desaparecieron en cuanto les aseguraron a Lerma y sus secuaces que recibirían las tierras y casas de los expulsados para resarcirles de la pérdida de mano de obra tan barata como disfrutaban.

Ya se lo preguntaba el conde de Villamediana:

Cien mil moriscos salieron

y cien mil casas dejaron;

las haciendas que se hallaron,

¿en qué se distribuyeron?

La expulsión continuó en Andalucía, Extremadura y el resto de la Corona de Castilla, la Corona de Aragón –donde una sexta parte de la población era morisca– y el Reino de Murcia y, finalmente, en 1613, el incombustible valle murciano de Ricote, también llamado Valle Morisco. Miles de moriscos, ya verdaderamente cristianizados, prefirieron exiliarse en Europa antes de que los “echaran” en países de Berbería, con cuya fe nada tenían que ver, aunque sí con sus costumbres.

Puede hablarse de una verdadera guerra civil continuada donde todas las víctimas siempre, como siempre, las pusieran los mismos y del mismo lado. ¿Cuántos de esos moriscos expulsados no tendrían entre sus ancestros cristianos tan viejos como los cristianos viejos y que de grado o por fuerza hubieron de convertirse al islam siglos antes? Sin olvidar, dice la historiadora Kim Pérez Fernández-Fígares, de la Universidad de Granada, que “Hacia 1150, la población mozárabe [cristianos en la España musulmana] del centro de la Península se acrecentó cuando llegó una nueva oleada, en un impresionante vaivén: muchos descendientes de los que habían sido deportados por los almohades a Marruecos, un siglo antes (la primera expulsión de la historia de la Península, esta vez contra cristianos y hebreos) retornaron a la tierra de sus padres y se establecieron en el Reino de Toledo: muchos miles de guerreros y peones cristianos atravesaron el mar y vinieron a Toledo”.

Las ‘soluciones finales'

Y parece que aún hay que dar gracias a que el rey exterminador fuera ‘el Piadoso', a pesar de la crueldad de las medidas que acompañaron a la Real Orden: sólo seis familias de cada cien fueron autorizadas a quedarse –¿puede dudarse de qué 6% sería sino de la minoría poderosa de la comunidad musulmana?–. También podrían quedarse quienes, a criterio del funcionario verdugo, demostraran su auténtico cristianismo, además de mujeres casadas con cristianos viejos y niños menores de seis años, para ser adoptados por cristianos viejos para, claro está, ser esclavos y esclavas.

Pero gracias, porque –desde el reinado de Felipe II que ya había decretado en 1571 la expulsión de los moriscos del reino de Granada tras la rebelión de las Alpujarras y su deportación a diversas zonas de la península– las medidas propuestas por los cristianísimos inductores de la exterminación no tenían nada que envidiar a las que, siglos después, implementarán los nazis para perpetrar la Shoah genocida contra los judíos europeos: Martín de Salvatierra, obispo de Segorbe, propuso castrar a los varones y deportar a todos a Terranova y un doctor Fidalgo, prior de la orden de Calatrava, que se los pusiera en altamar en barcos sin aparejos y barrenados, a lo el duque de Alba de turno añadió que con explosivos...

Las cosas son así: como ya es normal en el país de las dos Españas, hay dos bandos, pero el tolerante de los humanistas frente al de las bestias descrito, el intolerante, no deja de ser también estremecedor: el humanista Pedro de Valencia (Zafra, Badajoz, 1555-1620) llama españoles a los moriscos y dice, además, que lo parecen –lo que es decir la pura verdad– y si figura en el bando de los tolerantes es sólo –y ya vemos que no es poco– porque de las ocho soluciones finales para la cuestión morisca de su Tratado acerca de los moriscos descarta, no sin analizarlas, la muerte, la escisión o amputación, la cautividad y la expulsión y, en cambio, recomienda la dispersión, la conversión, la permixtión o mezcla y la sujeción.

Un dominico integrista, el valenciano Jaime Bleda, que consagró su vida, decía, a “la total ruina del Imperio Mahometano y la restauración del Imperio Romano”, fue un persecutor indesmayable de los moriscos españoles ante el papado de León XI y la corte de Felipe II –ignorado por ambos por su enloquecido extremismo (no así en su pueblo, Algemesí, cuyos ayuntamientos, de derecha e izquierda, mantienen una calle en honor de su Barrabás local, la única de Valencia)–. Pero en los sucesores, el papa Pablo V y el rey Felipe III y su apéndice Lerma, encontró oídos a su obsesión y financiación para escribir su Crónica de los Moros de España (1618), ocho tomos destinados al Vaticano, en la que describe a los moriscos como “(...) muy amigos de burlerías, cuentos y novelas. Y sobre todo amicíssimos de bayles, danças, solaces, cantarzillos, alvadas, passeos de huertas y fuentes, y de todos los entretenimientos bestiales, en los que con descompuesto griterío y gritería suelen yr los moços villanos vozinglando por las calles. Tienen comúnmente gaytas y dulçainas, laúdes, sonajas, adufes. Vanagloriánse de baylones, corredores de toros, y de otros hechos semejantes de gañanes”.

Eso, lo bueno. Lo malo, “(…) capitanes, maestros y autores de los más excesivos crímenes, y más perjudiciales, a la república cristiana, de sacrílegos blasfemos, homicidas, falsarios, hechiceros, ladrones, herejes, apóstatas, promotores y ejecutores de toda maldad (…) derriban, y hacen pedaços las cruces de los caminos: que jamás confiesan, ni comulgan, ni reciben la confirmación ni la extrema Unción: que hacen mofa, y escarnio del Santísimo Sacramento del altar, con mil actos hereticales, todos los domingos y fiestas que les dicen misa: que matan a todos los cristianos que pueden a su salvo en odio, y abominación de la Fe, en particular a todos los pobres mendigos, que van a pedir limosna a sus lugares, y a otra gente simple, que pasa por ellos. Que hospedan a los moros de allende. Que a los esclavos que huyen de las galeras de Vuestra Majestad, y de sus amos, los pasan a África, comprando para ellos barcas, aunque los que se las venden publican después que se las han hurtado, o en barcas de trafago de franceses. Que por estos medios van, y vienen de Argel, siempre que quieren: y avisan allá, de cuanto pasa en España, que van proveyéndose de armas”...

La citada historiadora Fernández-Fígares lo resume así: “Los moriscos eran alegres, mientras que los cristianos eran severos”. Amor a la vida, sensualidad, sexo...; una trinidad satánica para el dominico y para el resto de propagandistas y de los exterminadores, que anima la proliferación de literatura difamatoria mediante mentiras –ya sabemos que las fake news no son de hoy– que van desde el consumo (de vino, de carne de cerdo, de caza...) a la herejía, pasando por el órgano más sensible del cristiano: el bolsillo –se los acusó de falsificar moneda, entre otros perjuicios económicos–.

Los perjuicios fueron, también, para los de siempre: los campos de pan abandonados, los ‘engenios açucareros' parados, los arrozales mediterráneos secos, las huertas agostadas... El empobrecimiento demográfico acarreó una notable pauperización para las regiones afectadas, agravada por la crisis económica de la época –la corona se declaró en bancarrota en 1608– y el poco entusiasmo reproductivo de los cristianos.

Pero éste ya era entonces el país del “hecha la ley, hecha la trampa”. Se confió la ejecución de la orden de expulsión de los moriscos de ambas Castillas, La Mancha y Extremadura a Bernardino de Velasco y Mendoza, conde de Salazar, quien la aplicó con eficiencia: “Mezcla la misericordia con la justicia”, escribió Cervantes en el proemio de El coloquio de los perros (1613) –una ironía genial, para don Américo Castro, puesto que criticó la expulsión– y que el conde de Villamediana lo retrató con su agudeza habitual:

Al de Salazar ayer

mirarse a un espejo ví,

perdiéndose el miedo a sí

para ver a su mujer.

Pues reunía la fealdad física a la moral. En carta al rey, el 8 de agosto de 1615, dos años después de consumarse la expulsión, constata que los moriscos regresan por miles a sus lugares de origen, donde son acogidos y encubiertos, como emigrantes que vuelven a su tierra y son recibidos por sus hermanos: “En el Reino de Murcia donde con mayor desvergüenza se han vuelto cuantos moriscos del salieron por la buena voluntad con que generalmente los reciben todos los naturales y los encubren las justicias (...) que ya se han vuelto los que expelió, y los que habían ido y los que dejo condenados a galeras acuden de nuevo a quejarse el Consejo en toda el Andalucía por cartas del duque de Medina Sidonia, y de otras personas se sabe que faltan de volverse solos los que se han muerto”.

Pero parece que ni al rey ni a Lerma, quizá logrados sus objetivos de enriquecimiento y seguramente señalados por un Occidente que se civiliza con más rapidez que la civilizadora España –será el último país occidental en abolir la esclavitud...–, les importa el desvelo del feo Salazar ni la vuelta de los moriscos, que, como se queja el impotente expulsador, “se sabe que faltan de volverse solos los que se han muerto”.

El Diario

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Las cruces de madera (Les Croix de bois, Raymond Bernard, 1932)

Tortuga Antimilitar - 15 August, 2025 - 00:00

Hay lugares comunes de la cultura y la narración que no cansan, que poseen tanta fuerza que los productos que generan es casi imposible que sean mediocres. Un ejemplo de esto es film pacifista situado en la Primera Guerra Mundial que muestra lo inhumano de aquel conflicto siguiendo la vida y muerte de un grupo de soldados. Sería interesante hacer una retrospectiva de estos filmes bélicos y antibelicistas al tiempo, porque como digo no hay ni uno malo, pero por acotar el terreno me limito al trienio 1930-1932 en que se estrenaron tres films que casi pueden confundirse entre sí, porque lo que se diga de cualquiera de ellos sirve para los tres. Me refiero a Cuatro de infantería (Westfront 1918: Vier von der Infanterie, G.W.Pabst, 1930), la más conocida, Sin novedad en el frente (All Quiet on the Western Front, Lewis Milestone, 1930) desde la perspectiva del bando alemán, y desde el francés tenemos Las cruces de madera, prácticamente olvidada, que hoy queremos resucitar un poco. También cabría mencionar otra cinta extraña y políglota, La tierra de nadie (Niemandsland, Victor Trivas, 1931) que varía un poco la perspectiva -narra las historias personales de varios soldados de distintos países que coinciden en un lance de batalla- pero es otro ejemplo de cine pacifista centrado en la gran guerra que va desde prácticamente el comienzo de la contienda, con la desopilante Civilización, de Thomas H. Ince, hasta ayer, con la terrorífica versión de Sin novedad en el frente de 2022 dirigida por Edward Berger para Netflix. Esas trincheras las han recorrido, por terminar ya con los clásicos populares, el mismo Charlot en ¡Armas al hombro!, Kirk Douglas bajo el mando de Kubrick en Senderos de gloria, así como Joseph Losey (Rey y patria), Francesco Rossi (Hombres contra la guerra), Jean Renoir (La gran ilusión), Dalton Trumbo (Johnny cogió su fusil), y otros muchos que se acercaron al tema -me siguen viniendo títulos a la cabeza, pero mejor corto y cierro- de forma magistral.

Aunque la propuesta de Bernard en Las cruces de madera sea muy parecida a las de Pabst y Milestone, y aunque como decía puede uno incluso confundirlas entre sí, ni mucho menos puede considerarse, por ser posterior a las otras, que sea un remedo de ellas. Tiene su propia personalidad, y además una personalidad muy marcada tanto en lo visual como en lo dramático. Está basada en uno de los muchos relatos que excombatientes letrados escribieron al término del conflicto. En este caso en el libro homónimo de Roland Dorgelès, publicado en 1919. Igual que en él, Bernard en la película se esfuerza por desmitificar la Gran Guerra, si es que algo de lustre le quedaba a aquel conflicto en 1932, con todas sus consecuencias aún machacando Europa y poniendo las bases de posteriores tragedias. Sin embargo, lo hace manteniendo un respeto máximo por los soldados en primera línea de fuego. Excepto un gordito algo cobarde, todos los demás son camaradas y solidarios, no hay fisuras en esa comunidad de “jóvenes” que se saben abandonados a su suerte por la oficialidad y la misma sociedad que les empujó a alistarse. Entrecomillo “jóvenes” porque uno se sorprende cuando ve que todos estos soldados son cuarentones. Esto se debe a que Bernard quiso contratar solo a actores que hubieran servido en el frente. Y lo mismo con los extras. De hecho, como el rodaje debía ser supervisado por el ejército, este ofreció reclutas para la figuración, pero sus movimientos y reacciones no eran realistas, por lo que prácticamente todos los hombres que vemos batallar ya lo hicieron 15 años antes, y recordaban por lo tanto cómo moverse y cómo morir.

Los primeros segundos del film explicitan de forma visual y clarísima el porqué del título.

Unos jóvenes -estos sí parecen reclutas- en formación se funden con un campo de cruces de madera. Como dice una canción que uno de los protagonistas compone, de la guerra se salía condecorado con una cruz de bronce o enterrado bajo una de palo. La idea principal del film es que no hay mucho que se pueda hacer para terminar con una u otra. Estos hombres que en un afortunado prólogo en la retaguardia Bernard nos enseña que son individuos con sus propias biografías y personalidades, cuando entran en acción se convierten en piezas intercambiables de la maquinaria de guerra que solo el azar determina si volverán a la vida, pues lo que sufren en el frente no puede ser considerado vida, sino un paréntesis existencial oscuro y amargo que ocupan por completo el terror y la impotencia.

Para subrayar esto la fotografía excelente de Jules Kruger busca toda la oscuridad que sea posible en todas las escenas interiores. Por un afán de realismo, supongo, pero también para ilustrar esa ceguera vital de saberse sin futuro, estos soldados, excepto cuando saltan al campo de batalla en horas de sol, viven siempre en el límite de lo visible. Hay varios ejemplos de este juego con la luz y la sombra a lo largo del metraje, pero me quedo con un momento en el que sobre un soldado caído en la noche se prende una bengala que crea unas sombras a su alrededor que parecen sangre derramándose o una suerte de movimiento artificial que lo revive como a un muñeco inerte con el que juega el aire.

La película está repleta de secuencias deslumbrantes en lo visual, lo característico de su tiempo, como el desgarrador final apoyado en trucajes inquietantes como los del principio. El realismo de la batalla central, que dura 10 días -se nos insiste en ello con un varios intertítulos- nada tiene que envidiar a cosas vistas después, y por ejemplo su valiente uso de la cámara en mano y las maneras de conducirse los soldados recuerda mucho a Senderos de gloria, y me apostaría una salchicha a que Kubrick conocía esta película y la tuvo muy presente al concebir la suya.

Pero más terribles aún que las imágenes, que lo que vemos, son las situaciones insoportables que se van acumulando según pasa el tiempo con una progresión fantástica. Una vez que el grupo de camaradas llega al frente tras el amable prólogo, nuestra angustia se va haciendo mayor conforme las tragedias y las situaciones desesperadas les van alcanzando. La primera de ellas, por ejemplo, es que deben mantenerse en su puesto durante días tras descubrir que los alemanes están cavando una mina debajo de ellos para volar el lugar. Esos alemanes son presentados con total naturalidad. Aunque no estamos de su lado, se les ve como lo que son: jóvenes soldados haciendo su trabajo, lo mismo que los franceses. Ni se les demoniza ni se les estiliza. Es curioso que esto es un lugar en común en prácticamente todo el cine que he visto sobre la IGM Mientras en otras guerras el tópico cinematográfico es animalizar o ridiculizar al enemigo, eso no ocurre en este caso. Ni siquiera en las más furibundas películas de propaganda nazi, como una que comentamos por aquí hace tiempo.

Uno de los pocos aspectos positivos de la IGM es que no existían todavía los medios y la predisposición a generar propaganda de guerra cuando empezó, sino que hubo que ir construyendo el relato sobre la marcha, y como además fue una guerra industrial, sin apenas combate cuerpo a cuerpo, en la que no solías ver a quién matabas, y como la sensación que dejó al final es que aunque hubiera un bando derrotado nadie había ganado nada con ella, pues en el imaginario popular se asentó la idea de que no había soldados buenos ni malos, sino gobernantes y gerifaltes militares estúpidos incapaces de darse cuenta de que estaban masacrando a la generación de sus hijos, y abriendo heridas históricas que un siglo después no han terminado de cicatrizar.

Por todo esto, quizá, apenas vemos a oficiales en esta película. Solo a un estúpido teniente al que todos detestan y, por unos segundos, al alto mando ordenando un ataque que terminará con muchos de los protagonistas. Otro momento inquietante, que no sabe uno cómo juzgar: en una misa solemne en la que se canta el Ave María del alemán Schubert, la cámara se desplaza lenta para mostrarnos que ahí mismo, en la iglesia, mientras unos rezan por seguir viviendo, en un improvisado hospital de campaña otros enfrentan la muerte físicamente, heridos; pero inexplicablemente hasta ahí, siendo el mismo espacio, parece no llegar la música.

Fuente: https://trendesombras.es/2024/05/03...

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Porqué algunas personas se autodestruyen tras conseguirlo todo

Tortuga Antimilitar - 14 August, 2025 - 00:00

Carlos Prieto

La magia del cine. Un rodaje de guante blanco convertido en la III Guerra Mundial lisérgica... 25 de octubre de 1979, noche fresca en las afueras de Chicago, el equipo de Granujas a todo ritmo (The Blues Brothers) rueda una escena rutinaria en una gasolinera perdida. Sobre el papel, era la primera jornada laboral tranquila tras varias semanas de caos, en las que se ha batido el récord de vehículos destrozados en una producción de Hollywood (con 103), agotado la paciencia del estudio (la película tenía que haberse acabado ya, pero aún no se vislumbraba el final) y quemado dinero con gran desahogo (el presupuesto original se había sextuplicado). Lo que debía haber sido una película barata de estudio igualaba ya lo gastado en Apocalypse Now, solo que lo de Coppola estaba un poco más justificado (rodaje en Filipinas con tifones y helicópteros a gogó), mientras que aquí... aquí lo que veían los ejecutivos que pagaban la fiesta era a unos cómicos televisivos sin rumbo, dejando Chicago echo unos zorros con absurdas persecuciones automovilísticas, demasiado colocados para rematar el filme con sentido. El runrún de desastre en ciernes empezaba a ser un clamor, con la prensa hollywoodiense recreándose en su subgénero masoquista favorito, cuchichear sobre el triunvirato rodaje fallido/ tortazo en taquilla/cráter financiero.

Surfeando la ola que amenazaba tsunami estaban dos jóvenes cómicos, Dan Aykroyd y John Belushi, a los que casi nadie conocía cuatro años antes, cuando aparecieron en un nuevo programa que era la comidilla del show business: Saturday Night Live (SNL), de donde salió el sketch primigenio -dos hermanos con una banda incendiaria de blues- que ahora quería ser película. De entre todas las bromas hechas realidad esos años por Aykroyd & Belushi, los Blues Brothers era la más gorda (y potencialmente catastrófica).

Si RTVE se vio en el abismo con el astracán Chikilicuatre en Eurovisión, los Blues Brothers tensaron a lo grande los límites entre humorismo y realidad según fueron subiendo de escala. Una cosa eran Aykroyd y Belushi disfrazados de bluesmen en SNL, y otra bien diferente (como estaba ocurriendo) que sacaran un disco, giraran por el país y le hicieran el roto del año a Hollywood.

El proyecto Blues Brothers ni siquiera tenía el pleno apoyo de los suyos -la bohemia cultural- pues sonaban a apropiacionismo cultural: dos exitosos hombres blancos homenajeando de risas a la música negra. Muchos ingredientes, por tanto, para que la broma les estallara en las manos... y todavía no hemos hablado de las tendencias autodestructivas de Belushi...

Tras la retirada de Chevy Chase de SNL, Belushi se coronó como macho alfa del programa, por encima de Aykroyd o Bill Murray. Belushi, el cómico más explosivo de su generación, entró definitivamente en órbita con su primera película, Desmadre a la americana, desbarre sobre fraternidades universitarias que costó poco y recaudó mucho (dirigido por John Landis, como Granujas a todo ritmo).

Belushi tenía una relación conflictiva con la fama y un fuego interior inapagable, pero también tirón popular. Resumiendo: en 1979, cuando llegó el rodaje de Granujas a todo ritmo, estaba en condiciones industriales de hacer lo que le diera la gana, y lo iba a hacer, como cuenta ahora The Blues Brothers - Granujas a todo ritmo, ensayo de Daniel Visé sobre cómo un sketch musical tomó el mainstream estadounidense al asalto y casi acabó con sus protagonistas. O sin casi. Edita Libros del Kultrum.

Descontrol e incomprensión

Aclarado lo cual, volvamos al principio, a esa gasolinera abandonada a las afueras de Chicago, a esa jornada presuntamente rutinaria del rodaje del filme. Dentro extracto del libro sobre el rodaje en la gasolinera:

"Sintiéndose el chivo expiatorio de los crecientes retrasos, enfadado de veras, John pidió una botella de vino. Le llevaron una botella de vino, pero aguada. Y entonces se cabrea... Con la paciencia agotada, Landis se acercó a la caravana de su protagonista y llamó a la puerta. Dentro, John estaba sentado con el pelo revuelto y la mirada perdida. Encima de un escritorio había una montaña de cocaína. –John, te estás matando –gritó Landis–. No le hagas esto a mi película. Ni me lo hagas a mí. No se lo hagas a Judy [la mujer de Belushi]. No te lo hagas a ti mismo. A John se le caía la cabeza de los hombros. Landis recogió el polvo blanco, "probablemente por valor de cien mil dólares", y lo tiró por el retrete. Eso provocó una nueva reacción. John se puso en pie, murmuró: "Landis, cabrón de mierda", y se abalanzó sobre su director, tratando de apartar a Landis y salvar los restos de su alijo. Forcejearon como luchadores borrachos. John rompió a llorar y a la postre el forcejeo acabó en un abrazo. Landis también se echó a llorar. "John, esto es una locura", gimió. Judy irrumpió en la caravana, atraída por el jaleo. Al final, Dan convenció a John para que saliera a filmar una breve secuencia en la gasolinera, en la que Jake Blues mira el reloj, rompe una botella contra el asfalto e insta a Elwood a volver a la carretera. John terminó la toma antes de desmayarse. Los miembros del equipo lo llevaron de vuelta a su remolque. Judy llamó a una enfermera, que le indujo el vómito. Un chofer llevó a los Belushi a su apartamento en la torre Astor. Judy y Dan velaron a John. John vomitó periódicamente durante toda la noche. Judy escribió en su diario: "¿Qué le puede estar pasando por dentro para que sea tan infeliz?".

Ni siquiera es uno de los sainetes toxicómanos más fuertes protagonizados por Belushi durante el rodaje del filme. ¿Qué pasaba por la cabeza a Belushi? De naturaleza compulsiva, enganchado a la cocaína y a los quaaludes (sedante hipnótico típico de la época), el Belushi celebritie fue una montaña rusa en la que solo él tenía el control total del acelerador y el freno.

En medio de este sindios, y con los tambores del fiasco sonando en Hollywood, Landis logró poner fin al rodaje de los Blues Brothers en Los Ángeles, con cameos de iconos musicales como James Brown y Aretha Franklin, cuyas carreras declinaban tras el boom de la música disco. El trabajo de Landis ya estaba hecho: una comedia musical enloquecida con blues y explosiones. Ahora faltaba la recepción de la crítica y el público. La de la crítica fue mayormente mala, algo esperable hasta cierto punto: lo malo de las campañas de prensa sobre rodajes desastrosos es que tienen algo de profecía autocumplida, cuando una peli sale cruzada del rodaje (con razón o sin ella) suele costarle enderezar su rumbo comercial, cuando el río suena, será que agua lleva.

Extractos de las críticas a los Blues Brothers: "El Sr. Belushi y el Sr. Aykroyd solo tienen unas tres escenas divertidas en el transcurso de una cinta eterna como un día sin pan" (New York Times). "Un naufragio de 30 millones de dólares" (Los Angeles Times). "Comedia monstruosa y cargante" (Washington Post). "El capricho cinematográfico más caro jamás realizado" (Newsweek). También se acusó a los cómicos de parasitar la música negra: "Está claro que Belushi y Aykroyd pretendían rendir un homenaje a los grandes intérpretes negros que les han inspirado, pero dicho homenaje corre el riesgo de ser un insulto y una estafa en toda regla", contó otro medio. "Casi todo el mundo odiaba la película", resume el libro.

No obstante, las críticas más políticas perdieron pie cuando Aretha Franklin y James Brown salieron a defender el filme, que acabó resucitando sus alicaídas carreras musicales. Lo dijo James Brown en 1980: "Aquella película se hizo con mucho amor y nos dio a todos otra oportunidad". La clave del éxito fue que el público se alineó con los Blues Brothers, que costó 30 millones de dólares, pero recaudó 115.

El estatus de culto del filme vendría con el tiempo. Ahora está en todas las listas de las mejores comedias estadounidenses de la historia. Años después de su tormentoso estreno, alguno de los críticos que dilapidaron el filme entonaron el mea culpa. Uno de los pocos críticos que la salvó de la quema en 1980 fue el legendario Roger Ebert: "Es un mamotreto grande y estridente que contra todo pronóstico demuestra que, si eres lo bastante ruidoso, lo bastante vulgar y tienes la suficiente energía bruta, puedes convertir una apisonadora en un musical, y viceversa". Ebert lo clavó.

Cuesta abajo y sin frenos

Acabado el rodaje del filme, la apisonadora Belushi no se detuvo. Durante la posterior gira de conciertos y grabaciones de los Blues Brothers, el entorno de Belushi contrató a un ex agente de los servicios secretos, Richard Wendell, para impedir que el cómico se drogara a lo loco. Wendell contaba con las mejores credenciales: antes había hecho lo propio con el guitarrista de los Eagles. Sueldo: 1000 dólares semanales más gastos para que sus patrones no acabaran rotos en mil pedazos.

El tira y afloja entre Belushi y Rendell fue un sainete mayor. Según el libro, todo esto ocurrió la misma noche:

1) "John empezó a trabajar en la sesión [grabación de canción]. Minutos después, un hombre bien vestido entró en el estudio llevando un bastón y botellas de champán, flanqueado por dos mujeres glamurosas. Estaba claro que John le conocía. El desconocido desapareció en el cuarto de baño y luego regresó. Wendell entró en el cuarto de baño. Encontró una papelina de coca que el camello había escondido dentro de un dispensador de toallas de papel, se la guardó en el bolsillo y regresó al estudio. John fue al baño. Volvió y se acercó al traficante. Hablaron furtivamente. "Eso es imposible", afirmó el camello. Volvió al baño y regresó, desconcertado. Los tres hombres jugaron al escondite y Wendell se embolsó cientos de dólares en cocaína. Al final, se sirvió una taza de café y se acercó al camello. –Mira –le advirtió–, si quieres podemos jugar a esto toda la noche, pero va a ser mucho más caro para ti que para mí –dijo, sacando un paquetito del bolsillo–. Ahora bien, si esto fuera solo un edulcorante… –añadió, vaciando la papelina en su café. El camello hizo una mueca. John se acercó a hablar con el camello".

2) "Luego, Wendell vio a Belushi pasearse por el estudio y coger un paquete de cigarrillos Dunhill. Se acercó a John. –Déjame ver esos cigarrillos –le indicó. –¿Qué cigarrillos? –le espetó John. Wendell intentó arrancarle el paquete de las manos. John seguía en sus trece. Ninguno de los dos lo soltaba y al final cayeron al suelo, luchando por los Dunhill. Wendell le quitó el paquete a John, se puso en pie, lo abrió y encontró una papelina en su interior".

3) "John y su nuevo guardaespaldas se retiraron a un restaurante italiano. Wendell observó a John devorar antipasto, espaguetis, raviolis, un plato de carne y un postre. Volvieron al Blues Bar. A la salida, John intentó darle esquinazo, ordenando a su chófer que saliera pitando antes de que el guardaespaldas pudiera montar. Wendell persiguió el coche por la calle Hudson. Al final el vehículo se detuvo. Abrió la puerta y se encontró a John riendo...–¿Por qué estás en esta situación? –preguntó Wendell–. ¿Por qué lo arriesgas todo, así como así? –Es la presión –dijo John–. Las exigencias, las horas. Necesitas drogas para hacer frente a todo lo que la industria te impone. Es difícil estar al servicio de todos todo el tiempo. Además, me hace sentir bien".

No fue la única ocasión en la que Belushi desnudó su alma a su vigilante: "Wendell se lo encontró despierto y asustado. Hablaron de la fama. "Empeora cuanto mejor te van las cosas", le confesó John. "Te ves envuelto en esta industria, y las drogas son inevitables. Estaban aquí antes que yo, y seguirán aquí después de mí". Luego le confió que tenía miedo de quedarse solo".

La cuenta atrás había empezado.

Hollywood ofreció nuevos proyectos a Belushi. Rodó. Se drogó como nunca. Se dejó llevar. Un año y nueve meses después del estreno de los Blues Brothers, murió de una sobredosis.

Necrológicas en caliente: "Vino y se fue como un cometa. Ni lo acogimos así como así, ni lo olvidaremos así como así" (The Washington Post). "Descendió de la nada sobre una nación desprevenida, con el impacto de una bola de bolera lanzada en una cuba de gelatina... Uno de esos raros personajes capaces de capturar el espíritu de una época". (Newsweek).

Con todo y con eso, el legado de Belushi era aún más pequeño de lo que sería con los años.

Días antes de su muerte, Aykroyd le llamó para rogarle que bajara el ritmo. Estaba escribiendo una comedia fantástica para los dos, Cazafantasmas. La película fue un increíble éxito, hizo rico a Aykroyd y famosísimo a Bill Murray, en el papel que Aykord había escrito para Belushi.

Preguntado una vez por el comportamiento errático de Belushi cuando aún estaba vivo, Aykroyd defendió a su amigo con arte. "¿Qué puedo decir? El tipo es un genio, solo que a veces desaparece, deja la tierra de los vivos y se convierte en otra cosa. Es la enfermedad de los cómicos".

Una relación amor/odio

Hablamos con el periodista y escritor Daniel Visé sobre el precio de la fama.

PREGUNTA. Cuando arrancó Saturday Night Live, Belushi envidiaba la popularidad de Chevy Chase, pero cuando él se convirtió en la máxima estrella, fue incapaz de lidiar con la fama. ¿Las contradicciones de Belushi eran mayores que las de una persona normal?

RESPUESTA. Sí. Creo que Belushi tenía una relación de amor y odio con la fama típica de muchas celebridades en conflicto, como Kurt Cobain y otros que murieron jóvenes. Belushi era muy ambicioso y trabajó muy duro para hacerse famoso. Sin embargo, cuanto más famoso se hacía, más chocaba con la presión y la atención que conllevaba esa fama. Su estrategia para afrontar la situación fue el alcohol y las drogas, y cuanto más famoso se hacía, más consumía. Por lo tanto, varios de sus mejores trabajos (y actuaciones más sobrias) se produjeron al principio de su carrera, cuando era menos famoso. La misma regla se aplica a sus películas. En Desmadre a la americana, que hizo cuando era menos famoso, no se excedió con las drogas y su actuación fue triunfal. En la época de los Blues Brothers, cuando su fama era abrumadora, tuvo problemas de drogas mucho peores y su trabajo se vio afectado por ello.

P. En vida de Belushi, el director John Landis dijo que podría terminar siendo el más grande de todos... si no se autodestruía antes. ¿Su entorno era consciente de que el destino fatal le acechaba y nadie pudo hacer nada para remediarlo?

"Su estrategia para afrontar la fama fue el alcohol y las drogas, cuanto más famoso, más consumía"

R. Los amigos cercanos y seres queridos de Belushi sabían que tenía una personalidad autodestructiva y, en algún momento, entendieron que había grandes posibilidades de que su carrera colapsara por sus adicciones. ¿Cuándo llegó ese momento? Quizás fue en la época en que filmaron los Blues Brothers. Durante el rodaje en Chicago, estuvo a punto de morir dos veces por sobredosis. Algunas de sus peores actuaciones en Saturday Night Live se produjeron en esa época, como ese infame episodio con Kate Jackson a principios de 1979, en el que se vio a Belushi en bastante mal estado. Si hubo un punto de inflexión quizás fue ese año. La primera vez que los seres queridos de Belushi intentaron una intervención [para reconducir sus adicciones] fue a principios de 1980, tras concluir el rodaje de los Blues Brothers.

P. El loco ritmo de trabajo en SNL era tal que, en ocasiones, sólo parece posible seguirlo esnifando cocaína. ¿Hasta qué punto esta droga -de la que entonces apenas se conocía su lado oscuro- estaba integrada en la vida cotidiana de Belushi y otros miembros del star system de su generación?

R. Los adultos jóvenes de las industrias de la improvisación, la televisión y el cine comenzaron con la marihuana, en la década de los setenta, pero se graduaron con la cocaína en cuanto tuvieron suficiente dinero para pagarla. No todo el mundo fumaba marihuana o esnifaba coca, pero ambas eran omnipresentes, tanto en SNL como en los rodajes de películas relacionadas, como los Blues Brothers o El club de los chalados. Curiosamente, los artistas y escritores de los primeros días de la carrera de Belushi (en Second City [teatro de comedia e improvisación en Chicago] y National Lampoon [revista satírica]), hablaban de que muchas drogas circulaban por ahí, incluido el LSD, pero el consumo de cocaína era todavía limitado, en parte porque no tenían aún capacidad para pagarla. Pero, a finales de los setenta, todas las estrellas de SNL tenían dinero de sobra para comprar cocaína si querían.

P. Volví a ver los Blues Brothers hace poco y diría que gana con el tiempo, ¿Por qué crees que permanece tan fresca?

R. La clave de su atractivo es que funciona como escaparate atemporal de grandes intérpretes musicales de la era de la posguerra: Aretha Franklin, James Brown, Ray Charles y todos los demás. La película es inmortal sólo por esa razón, de la misma manera que la gente siempre volverá a A Hard Day's Night para ver a los Beatles en su mejor momento, o al documental de Woodstock para ver a Jimi Hendrix. En segundo lugar, creo que es una de las mejores obras de la generación de la improvisación, la pandilla detrás de Second City, National Lampoon y SNL, impulsores de grandes películas como El día de la marmota, This is Spinal Tap o Aterriza como puedas. En mi opinión, los Blues Brothers supera a todas ellas por la música.

P. Los Blues Brothers podrían haberse quedado como un mero chiste. Hasta corrieron el riesgo de ser repudiados por reírse de la música negra. Sin embargo, se volvió un asunto muy serio. ¿Cómo trascendieron su estatus de broma?

R. Hasta cierto punto, la música fue una de las pocas cosas que los jóvenes de los setenta se tomaron en serio. Ciertamente, Aykroyd y Belushi se tomaron muy en serio su música. El público se dio cuenta de eso desde la primera vez que actuaron en Saturday Night Live, en 1978. Se mantuvieron serios durante sus actuaciones con Steve Martin en Los Ángeles ese otoño, y durante la realización de la película y gira posterior. Claro que los Blues Brothers era una comedia, pero [los personajes] de Jake y Elwood nunca sonreían, parecían inexpresivos, el humor se arremolinaba a su alrededor. Ciertamente se tomaban muy en serio a los ídolos del R&B que actuaron en la película, y no creo que sus jóvenes fans tuvieran problema en comprender que se trataba de un proyecto serio, al menos en la parte musical.

P. ¿Fue la química cómica entre Aykroyd y Belushi como los Blues Brothers un reflejo de su relación en la vida real? Me refiero al contraste entre un carácter más volcánico (Belushi) y otro más flemático (Aykroyd).

R. Sí. Belushi y Aykroyd emergieron de esa película como uno de los grandes dúos de comedia, es prácticamente el único lugar donde se vio su relación en todo su esplendor. Se convirtieron en los mejores amigos desde el día en que trabajaron juntos en Saturday Night Live. Parecían caracteres opuestos (tanto físicamente, como en personalidad y hábitos), pero, por supuesto, eran mucho más parecidos de lo que imaginas. Ambos eran músicos, hicieron teatro serio en el colegio, se graduaron en improvisación y comedia, actuaron en las mismas compañías (Second City). Caminaron por caminos paralelos y siguieron carreras paralelas. Creo que cada uno estaba fascinado por las diferencias del otro. Belushi dijo una vez que Aykroyd era el Señor Cuidadoso y él el Señor Jodelotodo.

Fuente: https://www.elconfidencial.com/cult...

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La nueva caverna

Tortuga Antimilitar - 14 August, 2025 - 00:00

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El nom dels horts d'Elx

Tortuga Antimilitar - 13 August, 2025 - 00:00

Des de fa dècades observe com estudiosos locals o forans, polítics municipals i protagonistes majors o menors de la vida pública fan servir en els seus discursos, escrits o declaracions els noms dels horts de palmeres d'Elx. Així, parlen de l'hort dels Pontos, del Monjo, del Sol o del Bon Lladre. És una cosa que em crida l'atenció perquè l'ús que fan d'aquesta toponímia indueix a pensar que es tracta d'un nomenclàtor establert en conjunt de forma oficial des d'antic, com els noms dels carrers de viles i ciutats que començaren a fixar-se (certament, amb nombrosos afegits i canvis posteriors) entre els segles XVIII i XIX com un dels mecanismes adoptats per la burgesia per a definir i construir -amb aparença de creació més o menys ex-novo- la «seua» ciutat.

Tanmateix, això és inexacte ja que aquesta toponímia no té res d'oficial i poc d'antic; són uns noms de caràcter popular relativament recents, generalment derivats del nom o malnom del propietari de la finca o d'algun detall concret; no hi ha tampoc estudis monogràfics de camp ni d'arxiu que ens informen, amb una metodologia científica, de les peculiaritats. Certament, hi ha noms (d'horts, de llocs, de camins o de rodals) que es troben en documents medievals (Saoní, Real o Santa Llúcia), sis-centistes (en Joan, Clero), set-centistes (Sant Francesc, Català, Xocolater, Traspalacio, Tafulles) o vuit-centistes (Creu, Sol, Motxo); n'hi ha vinculats a noms de famílies (Malla, Travalon), a la filla (Rosari) o al malnom (Motxo, Monjo) del propietari. De vegades porten l'article determinat (del Monjo, dels Pontos), de vegades, no (de Malla, de Motxo, de Travalon). A més, la pèrdua lingüística que patim des de fa un segle i les invencions i fantasies que tant agraden als d'Elx fa que el tema estiga envoltat per una nebulosa de falsedats, inexactituds i errors.

A més de les notícies esparses que es troben als arxius i a l'escassa cultura popular que puga restar encara viva, la base per als noms dels horts de palmeres immediats a la ciutat d'Elx que fem sevir és un plànol de l'Oficina Tècnica Municipal del 1981 (689 × 866 mm, llapis i tinta xinesa negra sobre paper vegetal) on s'arrepleguen més de cent noms vius aleshores en el saber popular, en ocasions, dos o tres noms diferents per a un mateix hort.

Deixeu-me recordar les circumstancies que l'originaren. El 3 d'abril del 1979 celebràrem a l'Estat espanyol les primeres eleccions municipals del postfranquisme. És sabut que els socialistes, a Elx com per tot arreu, guanyaren d'una forma abassegadora; i un dels objectius del PSOE d'aleshores fou distanciar-se dels governs franquistes precedents; així, als anys vuitanta hi hagueren canvis significatius als municipis espanyols. A Elx, encara que amb titubeigs i reculades, s'abandonà el projecte de construir una autopista per l'antic traçat de les vies del tren i s'alçà l'esplèndida Avinguda de la Llibertat (que els neofranquistes d'ara, per cert, volen «remodelar», val a dir, destruir).

Jo entrí a treballar a l'Ajuntament com arquitecte al desembre del 1980; per tant, vaig viure moltes de les coses que explique. A Elx, el segon franquisme, amb Vicente Quiles Fuentes (1926-2008) d'alcalde (1966-1979; des del 1958 ja era regidor), vingué marcat pel desmantellament de l'Oficina Tècnica Municipal, una mesura necessària per a poder controlar directament l'urbanisme, amb mà de ferro i amb una ideologia falangista que contenia, tanmateix, una gran preocupació per la ciutat.

Els dos arquitectes de l'Ajuntament ja no hi eren: Antonio Serrano Peral (1907-1968) havia mort tràgicament i Santiago Pérez Aracil (1906-1980) havia estat jubilat anticipadament. Els edificis oficials eren projectats, majoritàriament, per Antonio Serrano Bru (n. 1940) que havia heretat l'important estudi privat de son pare i que, gràcies a les seues habilitats gràfiques i a la confiança de l'alcalde i de la burgesia industrial elxana, fou artífex de la millor arquitectura projectada a Elx aquells anys.

Les obres municipals passaren a ser controlades per un capatàs d'obres, Paco Guilabert Gonzálvez (1922-2011), cap d'una dinastia d'encarregats i avi de l'irreductible José Claudio que sembla haver heretat del iaio l'ímpetu gestor i edilici. Les tasques gràfiques les feia un delineant, Paquito (Francisco Pérez Sánchez), habilíssim dibuixant que havia treballat amb els dos arquitectes municipals desapareguts i que controlava els ressorts interns de la casa. Hi havia encara més delineants, aparelladors, pèrits i un enginyer industrial (Pedro Alemañ Amorós). Així les coses, per a informar llicències, l'alcalde contractà «honoràriament» l'arquitecta Pilar Amorós Pérez (1940-2020), companya de Serrano Bru a l'Escola d'Arquitectura de Madrid, segons Ella perquè essent dona no seria subornada tan fàcilment com els homes. I com a contractada, Pilar informava llicències en un despatx vora l'alcaldia fins que Quiles li va traure la plaça cap al 1978, poc abans de les eleccions del 1979. Arribat Ramon Pastor Castells (1923-1999) al silló d'alcalde (i els 26 regidors nous de trinca, ja de diversos colors polítics, a les respectives poltrones, ara amb sou inclòs), Pilar s'erigí en Arquitecto Jefe (com havia estat, deia, Pérez Aracil) i un dels seus empenys, plenament reeixit, fou la reconstrucció de l'Oficina Tècnica Municipal.

Jo vaig ser el primer arquitecte municipal de l'etapa democràtica; el 1981 vingué Manuel Lacarte Monreal (1947-2021) i el 1990, Julio Sagasta Sansano (n. 1962); n'arribaren molts més, d'arquitectes, aparelladors, enginyers, pèrits i delineants: la gestió de personal d'aquells primers anys vuitanta possibilità un funcionament de l'Ajuntament molt diferent del període tardofranquista. Una novetat significativa que tinguérem el 1980, gràcies a Pilar i al topògraf Elicio Mora, fou un alçament cartogràfic aeri de tot el municipi a escala 1/5.000 que ens permeté controlar millor llicències, infraccions i actuacions territorials i urbanes. Quan vam veure aquella col·lecció de plànols, amb una definició magnífica i un detall increïble, li proposí a Pilar l'elaboració d'un document amb els noms i els límits dels horts. Li semblà bé i en pocs mesos enllestírem la feina. Paquito féu el treball de camp (que vam donar per bo: jo en sabia poc, de toponímia i Ella, res), jo vaig revisar l'ortografia, mon pare (que en sabia tantíssim de palmeres) repassà el llistat i el delineant Joan Pascual i Rodríguez (n. 1956), un dibuixant meravellós que Paquito tenia com a hereu espiritual, féu la delineació i retolació. Amb l'adveniment de la informàtica, aquell document s'integrà en l'Arxiu Històric Municipal, però abans, Pablo Alonso Martín, delineant del Departament de Topografia, en féu un escanejat d'alta resolució que es pot trobar a la xarxa. Valga pel que valga, ara que la meua vida es composa bàsicament de records i paraules, deixe testimoni de la gènesi d'aquell plànol que, malgrat haver esdevingut canònic, manca d'autoria reconeguda.

Font: https://www.informacion.es/opinion/...

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Manipulación informativa

Tortuga Antimilitar - 12 August, 2025 - 00:00

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Leopoldo María Panero: "La locura es una defensa natural, una defensa del alma"

Tortuga Antimilitar - 12 August, 2025 - 00:00

El poeta ingresó por primera vez en un psiquiátrico en los 70, tras desarrollar esquizofrenia estando en la cárcel. La revista Quimera le entrevistó en 1989 en el psiquiátrico de Mondragón

Por Eneko Fraile

Tercera entrega de la colaboración de El Confidencial con la revista Quimera a través de las entrevistas que esta última publicó en los años ochenta a grandes escritores. Un rescate de la mejor tradición de las entrevistas literarias, que son también un reflejo de cómo era entonces el país y de las ideas que aparecían en los debates. Esta fue realizada por Eneko Fraile a Leopoldo María Panero cuando el poeta, fallecido en 2014, tenía 41 años y se encontraba ingresado desde hacía dos en el Psiquiátrico de Mondragón. Fue publicada en el número de octubre de 1989.

La presente charla tuvo lugar en el Psiquiátrico de Mondragón y en casa de Felicidad Blanch, madre del poeta Panero. Ella interviene en algunos momentos de la entrevista, que posee un tono especial que hemos preferido respetar porque así y no de otro modo es como se expresa este hombre que sigue escribiendo poesía, artículos y se siente acosado por bastantes cosas. En cualquier caso se trata de un testimonio. Pero de un testimonio poético. Algo que, por desgracia, no abunda.

PREGUNTA. Leopoldo, tú, entre otras cosas, eres poeta. ¿Qué entiendes por ello, qué es ser poeta y cuál es su función?

RESPUESTA. Yo esto de ser poeta cada vez lo entiendo menos. No sé qué es ser poeta. Lo decía en un verso mío: "trovador fui no sé quién soy". La poesía ha perdido mucho de su sentido. Me encuentro con una psicocracia repelente que tortura sin piedad al que parece loco. España ha destruido lo que era yo: un poeta de minorías y punto. En cuanto a la función del poeta, dije también en el prólogo de El último hombre que para lo único que sirve la poesía es para ser leída. Quizá sea como un juego, como un juego cursi. Es que yo leo un libro mío y no le encuentro ninguna circulación social. Bueno, es que el sentido, como decía en la última conferencia que di con Fernando Savater en la Facultad de Filosofía de Zorroaga, depende de ti, en definitiva. Si no de ti, sí de la sociedad entera, de la circulación social del discurso. El discurso en sí no es nada más que una apuesta, quiero decir que el gran poeta puteado no es un gran poeta.

P. ¿Cómo definirías tu poesía?

R. Prácticamente podríamos decir que la definición de mi poesía es la de darle sentido a la locura, ponerla sobre el papel. Por ejemplo en el poema Ma mère yo lo que reivindico es un derecho a la locura esencial, un derecho a otra vida, a una vida alternativa, que el capitalismo –o la sociedad occidental, llámese como se quiera– no tolera.

P. Tú siempre has sido una voz constante en contra de la sociedad capitalista...

R. El capitalismo es un poco como el panóptico, es como una cárcel con una torre en el centro desde donde se vigila el comportamiento de todos los presos. Y de esta forma en el sistema no se puede tener más que una vida, que es la que se llama "normalidad" y la normalidad, encima, es una cesación del sentido, porque, por ejemplo, normalidad en mi grupo se llama a que vuelva en sí y diga: "Todo lo demás era un error", y yo no estoy de acuerdo. Además la aventura no existe. La sociedad en el capitalismo es sin aventura. La aventura está prohibida. Y esto lo demuestra el gamberro, porque es el escándalo público permanente. Precisamente la prohibición del loco y el borracho son inventos de la burguesía porque en la sociedad medieval bebían como cosacos. Luego llega la burguesía e inventa la ética de las buenas costumbres, una ética, por lo demás, indecible, que es lo más tiránico del asunto, porque a un borracho lo echan y nadie sabe ni por qué. Si por lo menos hubiera un código, si fuera el "no matarás" cristiano... Pero el sacrificio ritual en la civilización burguesa es la cosa más correcta de este mundo. En todas las fiestecitas hay una víctima y al final el tío acaba en el manicomio, claro. Ahí está la fuente de la locura. No he descubierto Troya, pero lo importante es decirlo, lo importante es revelarlo ante toda esa mascarada psiquiátrica, que es la supersepultura. Como decía Laing, el viaje esquizofrénico empieza en una situación de jaque mate. Es una defensa natural, una defensa del alma.

P. Entonces, si no he entendido mal, el sufrimiento y la demencia son fruto de la hipocresía...

R. Sí, sí, sí, de la hipocresía ambiental. La sociedad humana está tan maldita como el diablo. Imagínate una sociedad en la que todo el mundo es telépata y el secreto de la visión no se explica ni en manuales de psiquiatría ni en textos de filosofía. Es como la carta escondida de Lacan, que está escondida en el lugar más evidente y nadie lo dice. Los locos caen víctimas de la sociedad, que de verdad es secreta. Eso explica la paranoia. Es la sociedad del cuelgue permanente, joder. Alguien dijo que la burguesía fue la inventora de la hipocresía, de ahí la corbata, que es el "cuelgue". En lugar del salvajismo medieval inventó la dictadura psíquica. Cuanto más primitiva es una sociedad menos locos hay, porque la locura es una defensa.

P. ¿No crees que se mitifica un poco en torno a ese tema?

R. No. Los comportamientos de la locura se parecen un poco a los comportamientos mágicos. De alguna manera –y esto lo digo yo– hay una unión entre la mentalidad prelógica y la locura. Quiero decir, que es otro tipo de razonamiento.

P. Hay un tema que me gustaría comentaras por las frecuentes alusiones que haces de él. Me refiero a la niñez...

R. La infancia da asco por la represión. Debes aprender a mirar, a vivir... La verdad es que no sé por qué insistía tanto en el niño, Lewis Carroll insistía muy macabramente, en los niños... Pero ya he superado ese tema. Ahora la infancia no me dice nada. Lo único que me dice algo es que seguramente el niño debe de tener su cuerpo entero, es decir, un mundo alucinatorio, como los animales, los insectos... Quiero decir que el cuerpo humano contiene poderes que no son precisamente normales. Lo dijo Spinoza, "nadie sabe lo que puede ser". Por eso decía lo de los animales, lo de los insectos, porque ellos tienen cuerpo, un cuerpo que de ninguna manera se parece a la gimnasia sueca. Luego hay otra dimensión del niño, la del esclavo, la del esclavo del hombre. Lo dijo Marx.

P. ¿Y de tu propia infancia, qué recuerdas?

R. Nada. Que me gustaban los chicos y por eso tenía prohibida la piel. Yo tenía prohibida la piel, y no entendía nada porque yo transparente no he sido en la vida. Luego descubrí que mi padre era católico...

(Interviene su madre, Felicidad Blanch, que desde hacía un rato seguía expectante nuestra conversación.)

Felicidad Blanch: Siempre que le preguntan por la infancia lo elude indirectamente. Yo te puedo contar algo. Leopoldo empezó a recitar desde pequeño, desde los tres años, sin haber leído nunca poesía, porque además mi marido nunca recitaba en casa. De repente se quedaba como en trance y decía: "Estoy inspirado" y soltaba frases increíbles en un niño de su edad. Yo iba apuntándolas en este cuaderno... (Me muestra un cuaderno gastado por el tiempo.) ...transcribiendo a medida que iba diciendo.
placeholder Retrato de Leopoldo María Panero que ilustraba la entrevista de la revista 'Quimera'.

P. ¿Y no será un mito que ha creado en torno a su hijo? Usted también escribe...

F. B.: No, no, no. Tan es así que tratábamos de ocultarlo. Entonces había una niña francesa muy famosa que empezó a recitar poesía desde muy pequeña y giraba todo un mito en torno a ella. Todo esto nos asustaba. Mi marido decía: "No contéis esto porque van a empezar a decir que hay un niño prodigio", etc. Aquello durante mucho tiempo fue una especie de tabú. Por lo demás nunca recitaba delante de la gente, y además sólo lo hacía cuando le venía, porque tú le decías: "Haz un poema", y él "No, no puedo, no estoy inspirado". Y otras veces se ponía de repente en una actitud solemne, igual que un recitador, y empezaba a recitar. En ocasiones venía con un manojo enorme de revistas bajo el brazo y con un sombrero todo rolo, y decía: "Soy el capitán Marcial" y decía cosas absurdas, equivocadas... Esas no las apunté, claro, porque eran larguísimas, eran cosas sobre el capitán Marcial y su vida.

(Hojeo el viejo cuaderno. Me paro sobre unas líneas. "Años y años pasaron sobre el año 69", dice, "años y años. Pero Dios iba avanzando y decía: pronto se acabará el mundo. Los libros hablaban solos y decían: Yo me enterraré.")

P. ¿De qué año es este poema?

F. B.: Del 53.

P. ¡Es decir, que Leopoldo tenía cinco años!

F. B.: Esta otra la recitó después de un entierro: "Cuando yo me caigo siento el amor. Cuando las flores se ponen amarillentas, yo las cojo. Cuando las flores cubren al muerto, el muerto parece amarillo y azul, las violetas están sobre él y el muerto parece amarillo y azul". Leopoldo tenía unas cosas estremecedoras. Estaba increíblemente desarrollado psíquicamente. Cuando lo llevamos a estudiar piano, a los pocos días nos dijo la profesora: "No aprende solfeo, pero ha escrito una pieza inventándose el código de las notas y se puede tocar perfectamente". Luego las cosas se empezaron a torcer en la Universidad. Para Leopoldo fue frustrante porque llegó con un nivel intelectual muy superior al que podían ofrecer en la Universidad de aquel entonces. Y en la Facultad de Filosofía se sintió defraudado. Y encima es cuando empiezan las detenciones, unas veces por droga y otras por lo que fuera. Entonces la Universidad estaba controladísima, los espiaban en las clases, en los váteres... La generación de Leopoldo es una generación atormentada. Una vez tuve la ocasión de ver la ficha policial de Leopoldo y allí había de todo, era marxista, trotskysta, traficante y no sé qué más. Yo creo que esto fue clave en su vida, que lo marcó muchísimo. Sobre todo la última detención, cuando lo llevaron junto con Pérez Galdós. Llevaba dos años sin meterse en nada, no iba a la Universidad para que no le detuvieran y le vinieron a buscar a las seis de la mañana. Me acordaré toda la vida de la cara de aterrorizado que tenía cuando se vestía en presencia de tres policías.

P. Sin embargo, Leopoldo, en la película de Chávarri, El desencanto, recuerdo que dijiste una cosa que me dejó helado, que la cárcel para ti fue un útero materno...

(Leopoldo nos escuchaba ensimismado, fumando, como siempre.)

P. Sí, yo en la cárcel me lo pasé bien. No había crímenes mentales ni nada. Estuve con Eduardo Haro en la cárcel. Él era maestro y yo el encargado de la biblioteca. Eduardo Haro era un chico muy cruel, joder, a ése también lo salvó la escritura, pues más borracho que él imposible.

(Le da una profunda calada al cigarrillo y luego prosigue.)

No, yo lo que empiezo a descubrir en la cárcel es la sociedad humana, yo diría que con el vaso de alcohol besándome los labios, como decía en un poema mío, y con una certidumbre conspiratoria de que todos los demás eran marcianos. Yo tengo un buen recuerdo de allí. Aparte que, como he dicho, no hay crímenes mentales ni nada, hay crímenes objetivos. Por ejemplo yo ya llevo dos años en este manicomio y si no he perdido la razón, sí el poder de hablar, porque eso es una práctica, y con los locos que hay no puedo hablar más que de cucarachas. Yo en la cárcel me hubiera pasado dos años. De hecho pasé seis meses por orden del juez. Pero aquí no voy a pasar toda mi vida descubriendo el inconsciente.

"Llevo dos años en el manicomio y no he perdido la razón, sí el poder de hablar, porque con los locos no puedo hablar más que de cucarachas"

P. Es decir, que el útero materno no tiene nada que ver con esto...

R. No, esto no tiene nada de ningún útero materno. Esto es el infierno personificado. Hay un cura que cree haber pactado con el diablo, un tío que se cree Dios y cucaracha, un negro que se cree esclavo, un tío del que se rumorea que ató a una mujer desnuda a la pata de la mesa, otro que me hace beber agua jabonosa y un borracho que me dijo: "He estado en una casa de relax que se llama JESUCRISTO Y LA VIRGEN. Venga usted a follar".

P. ¿No hay nada de voluntario en tu encierro?

R. No, no, no. No hay nada de voluntario más que el cansancio extremo y quizás dejar de beber. Pero en fin... después de lo que he pasado necesito más que nunca el alcohol.

P. Sí, el alcohol es un elemento que mencionas sin ningún pudor en toda tu poesía y en toda tu obra.

R. Sí, el alcohol es la verdad. Yo era un escritor expulsado del mapa de la cultura y una noche me encontré con Eduardo Haro. Entonces yo no tenía piel y por lo tanto no tenía espejo. Pues me tomé unos cubatas con él y se pasó a la locura. La locura es una recreación de sí mismo.

P. Casi todos tus poemas son como un disparo a bocajarro sobre la moral establecida. Sobre los códigos del poder. Y la violencia sexual es un factor clave en todo ello. ¿Lo consideras como un arma?

R. Mira, en mi caso sólo hay una chica con la que me acosté dignamente y para vengarme le pegaba unos palizones brutales, como en Portero de noche más o menos. La obligaba a comer como los perros... Al final acabó harta de mí, claro. Lo que sí quiero es que me preguntes algo sobre la homosexualidad.

P. Estaba previsto para un poco más adelante, pero, ¿qué pasa con la homosexualidad?

R. Sí, al fin me he convertido en el grado super-homosexual de la masonería. (Ríe.)

P. ¿De verdad? ¿Y eso es una perversión?

R. No, no lo creo. Y si lo es, pues mejor. Se ha dicho que el acto homosexual es un acto contra la vida, en cuanto que es una cópula que no produce nada, como el onanismo.

P. Pero la sexualidad a la que aludes, siempre es oscura, escondida, macabra a veces...

R. Bueno, oscuro y macabro es con las mujeres.

P. ¿Es una forma de buscar dentro, un camino de conocimiento?

R. Es un camino de perfección.

P. ¿Y la escritura es también un arma? ¿Se escribe para disparar «con certero dardo, con el arma dotada del más eficaz silenciador: la escritura» como decías en la introducción de aquel libro de Lewis Carroll Matemática demente, refiriéndote a Erostrato, el personaje sartriano?

R. El secreto es que, como decía Hegel, cada conciencia busca la muerte del otro. Es decir, que esta vida no es más que una guerrilla permanente, por lo visto.

P. Por lo tanto no eres inocente cuando escribes...

R. No. En la medida que mi poesía circulaba, cuando era un Fernando Savater más o menos, escribía para eso, para liquidar al otro. Decía que la lectura no existe, que la lectura era un acto canibálico y tal. La verdad es que escribía para liquidar al otro; lo que pasa es que al final el otro me ha liquidado a mí.

P. ¿Has perdido la guerrilla, como decías?

R. No, es que, tan chulo era que me quería meter con toda España y, total, España me ha metido aquí. (Se ríe.) No, de verdad que yo no he visto país tan subnormal en los días de mi vida. Me han deshecho la vida, joder. Me han metido en una jaulita y me tiran hierbas y cosas. Lo que ha sucedido conmigo en este país no puede suceder en ningún otro país del mundo. Al final he tenido que exiliarme de Madrid porque Madrid era invivible, no se podía ni ir en metro. Me he inventado un deporte que se llama 'La caza del español' y se juega con un Fiat pequeño y el periódico Marca. Entonces, tú vas en el Fiat y sacas por la ventanilla el periódico. El español corre hacia el automóvil y tú le disparas con un rifle de mira telescópica. Si no tienes un periódico Marca puedes enseñar una virgencita, que también sirve. Es que da asco. A veces pienso en irme a Francia porque allí la cultura se respeta.

P. Esto que me estás contando me ha recordado a un texto despiadado que encontré en algún libro tuyo, y que dice así: "Matar a un español me da tanto asco como aplastar con el pie una cucaracha. Otra cosa es Francia. Allí el culo no lo tienen tan sucio". En efecto, parece que respetas un poco más a Francia. Por otra parte está París, la vía de escape de vuestra generación, el mayo del 68...

R. Sí, yo el arte de la telepatía lo aprendí en París con una tía a la que confundí con la Virgen y más tarde con María Magdalena, la mujer de Jesucristo según el Corán.

P. ¿Y qué supuso todo lo que ocurría entonces en París, la ilusión de la revolución, el mayo francés, etc.?

R. La revolución es una incógnita. En el fondo el Manifiesto Comunista de Marx habla del sufrimiento del proletariado. Lo que yo no entiendo es que me siga la corriente todo un país. Eso es alucinante, delirante. En Londres yo podía hacer el payaso en un bar y no se enteraba toda Inglaterra. ¿Si no, los periódicos para qué están? ¿Para envolver los bocadillos? Es que creo que me conoce toda España y no sé de qué.

P. Bueno, de que eres escritor, ¿no? A los escritores se les conoce...

R. No. Es que no es eso, es la animalidad del inconsciente, la caja de Pandora. Es una X en una ecuación que no existe, porque eso es la calle, los bares, etc. Pero, en fin, si hay una revolución alcohólica, que la siga todo el país es más que delirante. Es el ejemplo del Nazismo. Y es que la sociedad humana existe de tan frágil manera que se puede derrocar el sentido con la mayor facilidad en todo un país y quizás en el mundo. Yo tengo un sueño, que es hacerme millonario, empezar por la antipsiquiatría, luego seguir con una agencia de publicidad, con el ocultismo, etc. Y hacer la revolución que no sé lo que es. Porque de alguna manera la revolución es un ideal ético, no es otra cosa. El Marxismo es el cristianismo productivo. Por ejemplo, el sueño del Comunismo es el sueño del paraíso terrenal, cada uno según sus necesidades. Pero, en fin, lo importante es que siga algo de la idea en la realidad, porque si no, ¿para qué escribir, para qué trabajar y para qué ser un hombre? Ya lo dije otras veces: el ideal para el hombre debe existir, pero no sé cuál debe ser, porque no soy tan simple como Sádaba para pensar que una ecuación vale para vivir.

P. A aquella generación agrupada bajo el nombre de "los novísimos", se le conoce, aparte de como "la del 68", como "la de la marginación". Ahora en cambio figuran en textos escolares, algunos son profesores respetables, Gimferrer es académico. ¿Cabe pensar que eres el único en haber mantenido una postura consecuente como "marginado"?

R. No. Mi marginación no se debe a una posición coherente.

P. ¿Entonces es un destino?

R. Tampoco. Hay que decir ante todo que estar loco está prohibido, precisamente porque te descartan la vivencia a la menor sospecha de loco. O la ridiculizan. La psiquiatría, que es la objetivación del sujeto, consiste en descartar vivencias y ridiculizar vivencias. Antes he hablado de Francia pero la verdad es que esto ocurre en todas partes. Una vez estuve exiliado un día en Hendaya para ver qué tal se vivía en Francia, y total que entré en un bar que había y dije: "Je suis un fou" y me contesta un tío: "Par terre". De manera que en esta cuestión no creo que haya ninguna diferencia en ningún país del mundo. Yo creo que nos maltratan sistemáticamente.

P. ¿Por eso decías que "la locura es peor que la muerte"?

R. Desde luego, si significa el maltrato social sistemático... Pero el psicoanálisis de Lacan pone en cuestión el Yo. Lo que Lacan llamaba "sujeto" era el sujeto normal. El sujeto dividido entre el YO y el SUPER YO, el loco de la carta del tarot, de la carta número 0, que representa a un hombre normal con los ojos vendados, mordido en el culo por un perro y que va camino al abismo en cambio, de lo que se rebela Laing es de que exista un tipo homogéneo de luz. Que el ser humano no tiene estructura lo prueba la historia, pues hay muchas civilizaciones, y punto. Cada cual es como es.

P. ¿Crees que la ciencia es el mundo de la luz?

R. No creo que la ciencia signifique ninguna luz. Esto me parece importante, pues en la ciencia hay una prohibición de la subjetividad, del papel de experimentador, del papel "físico" del experimentador.

P. Es decir, no crees en la psiquiatría...

R. No. Yo de la psiquiatría paso. Los calmantes los he tirado en San Sebastián.

P. ¿Y en el psicoanálisis? Citas a Freud, Lacan, Laing...

R. No creo en la psiquiatría y en el psicoanálisis menos. El psicoanálisis es la cosa más atroz y malvada que he visto en mi vida. Como decía un poeta psicoanalista norteamericano: "Miserable insecto que en mi diván te recuestas, de aquello que hemos hablado y callado nadie sabrá mañana". Precisamente el delirio de confesar del esquizofrénico no es otra cosa que el psicoanálisis. Hombre, a veces se tiene delirio de confesar, pero para eso están los bares de camareras.

P. Aún no hemos hablado de tus influencias. ¿Cuáles fueron tus primeras lecturas?

R. Sí, lo primero que leí fue Agatha Christie, me leí todas sus novelas, Un gato en el palomar y todos ésos.

P. ¿A quién le debes tu vocación literaria? ¿Quizás al ambiente familiar? ¿A Leopoldo padre?

R. No, a él no le debo nada. En todo caso a Pound o a Mallarmé. Alestair Crowley era un mago que se creía el Anticristo. Pero eso te lo crees tú, y me lo creo yo, no hay problema. Yo me creo Leopoldo María Panero y punto. Lo otro es lo que Lacan llamaba "sujet", bueno eso es un acto sacramental algo absurdo, pero, en fin, también la vida es un poco teatro.

P. Detrás de tus cuentos se adivina la influencia de Poe...

P. Pues sí, a Poe lo querían mucho Baudelaire, Mallarmé...

P. En tu poesía hay también un color de Las flores del mal.

R. La verdad es que me gusta más Mallarmé. Baudelaire a veces es cursi. Esto es importante, porque se busca ante todo un malditismo poético. Porque si se llama «poeta maldito» a un borracho... Para eso estaba Verlaine, que estaba alcohólico todo el día. De todas formas yo no considero que el alcohol sea ninguna perdición. En todo caso la homosexualidad. Me parecen juegos de niños, como la autodestrucción... Pero estaba todo pensado como un juego, no era de verdad.

P. Ahora que has hecho mención de la autodestrucción, permíteme citarte La canción del cruppier de Mississippi. «Es tan bella la ruina, tan profunda, sé todos sus colores y es como una sinfonía, la música del acabamiento».

R. Sí. Eso está muy bien.

P. También decías en El desencanto: "Yo me destruyo para saber que soy yo mismo y no todos ellos".

R. Yo, la soledad a cien mil pies de altura. (Se ríe.)

R. Recurres mucho a la soledad...

R. Bueno, el trip de Antonio Gala empezó por la soledad.

P. Has escrito que sólo hay dos pecados: la soledad y la creencia en el pecado.

R. La soledad y la muerte.

P. ¿Y la magia?

R. No, a mí lo que me desespera, y de donde surgió todo eso, es que la literatura está acabada. Se ha acabado en Pound la poesía y en Joyce la novela. Eso es lo que habíamos planteado yo y unos amigos míos al mismo tiempo que lo de la magia. Pensábamos que este mundo estaba acabado, en definitiva. Y era una ilusión ¿no? Es un poco lo que he descubierto ahora. El otro día estuve en un bar con una tía que creía que estaba en una casa de muñecas y por lo demás estaba perfectamente normal, ahí en el bar. Lo hacía para poder manejar los vasos con alguna ilusión. Si yo pudiera soñar todos seríamos frases de Jacques Lacan y eso es algo ¿no?, porque ser frases del Santolayá éste... Cuadro esquizofrénico, cuadro paranoico etc., etc. Y zanjado. El diagnóstico es como un exorcismo, zanja y liquida una situación en lugar de comprenderla y abarcarla como lo haría Sigmund Freud. Otra duda que tengo es si la palabra sirve de algo...

P. Precisamente era otra cuestión que quería que tocaras, aquello de la palabra vacía y la palabra plena que explicabas en el prólogo del libro de Lewis Carroll, Matemática demente.

R. No... Lo expresaba muy mal... Mallarmé decía: "La palabra vacía es una moneda cuyo cuño se ha borrado y los hombres se pasan de mano en mano en silencio". Un ejemplo de palabra vacía sería "He ido a la lavandería", o "Me he peinado". Son cosas que no quieren decir nada, a mí no me importan. Yo cuento anécdotas o sueños o delirios, porque hablar de sí mismo porque sí... Los nombres deben tener un significado. Quiero decir que, por ejemplo entre los druidas "Dagolitus" es muy dado al rito. O "Oso Rojo", "Pluma Azul", tienen más sentido que llamarse "Pepito".

P. Otra vez Mallarmé...

R. Sí, es que Mallarmé me gusta mucho. Lo decía en un artículo que hice sobre Gimferrer, Mallarmé es un himno al poema mismo. Y Gimferrer lo mismo –lo decía en el artículo– cuando dice: "Tiene el mar su mecánica como el amor su símbolo" que es la mejor definición de la poesía que he visto en la vida.

P. ¿Qué significado tiene el silencio?

R. Muchas cosas. El silencio tal y como lo entendía Mallarmé era negarse a participar de la vida.

P. La mentira.

R. Un acto valeroso.

P. La vergüenza.

R. En España debería ser una angustia muy sana. (Ríe.)

P. La madre.

R. El orden doméstico, el orden del cuerpo, la penitenciaría del cuerpo.

P. El miedo.

P. La gente en general me tiene miedo, pero toda la culpa la tiene la locura, el mito de la enfermedad mental, porque si me comprendieran... Una vez me encontré con Félix Rotaeta en Madrid y le llené la cabeza de insultos y no sabía ni por qué. Entonces el tío, muy noblemente, a pesar de todo, me invitó a un whisky, y me propuso hacer una película...

P. Por cierto, y perdona que te corte, has demostrado un interés bastante marcado por el cine, ¿no?, me esta ba acordando de los guiones de Peter Pan, del poema de Marilyn...

R. Hombre, si me obligan a ver una película en televisión para que no beba, pues me molesta cantidad. Pero si participo de la aventura, ya es otra cosa. Por ejemplo, tengo un guion hecho que se llama La extraña historia del doctor Jeickil y mister High donde míster High es un niño. Entonces empiezan a aparecer viejos con una cruz clavada en el pecho y al final linchan al niño y al morir se descubre que era un escritor hundido.

P. ¿Qué es la muerte?

R. Yo me cargué cuatro tíos en Palma de Mallorca, y encima sospecho que algunos están vivos, porque yo los cadáveres no los he visto.

P. ¿Y eso se puede poner?

R. Y por qué no. Ya lo dije otras veces. En aquel entonces fue en defensa propia. Lo que pasa es que luego se convirtió en un vicio. Además esto de la muerte ya lo expliqué en un verso: "No es bella la muerte pero sí el acto de matar". Y si no ahí está Jean Genet. Si quieres te lo explico mejor. Todo empezó en Mallorca porque se metieron conmigo los guerrilleros de Cristo Rey. Yo no tenía culpa de nada, lo que pasa es que estaba como una cabra, es lo único que he intentado decir. Era un borracho y un homosexual y me creía Jesucristo. Y esto los fascistas lo consideraron como una blasfemia y me intentaron matar por eso. Fue la primera vez que me intentaron matar y me defendí de milagro; es que a mí no me gusta morir. La verdad es que no me extraña que se quieran liberar de Cristo porque es una tiranía cerebral. Si por lo menos fuera sólo sexual... vale. Pero es una tiranía total. A los curas les he deshecho toda la fe y entonces se han hecho misteriosamente de una secta que se llama Los Bigardos, que se creía que eran adoradores del demonio pero que en realidad en sus herejías, aunque malamente, al que adoraban era a Dios, como los Dulcinistas, que se cargaban a los ricos, los Donatistas, que renegaban de la penitencia y los sacramentos... Pero en fin, ésos en España son muy peligrosos. Por eso se adora tanto al Anticristo, es que llevan intentando liberarse de Dios desde hace siglos.

P. Quizás el Anticristo es otra forma de Dios.

R. Es su Dios. Unos se lo imaginan de esa forma y otros con barba.

P. Ya en la recta final, quisiera que comentaras algo de la traducción, de lo que llamas versión y perversión.

R. No sé justificar mis traducciones libres. Una vez hice una traducción del inglés sin saber inglés, sin mirar siquiera el diccionario, me lo inventé todo. Hay un texto de Walter Benjamín sobre la traducción –o más bien en contra de la traducción– que explica muy bien todo esto. Como ya dije en el prólogo de Dos relatos y una perversión: "Toda literatura no es sino una inmensa prueba de imprenta y nosotros, los escritores, somos correctores de pruebas". Es decir, que está ya todo hecho. Como decía Borges "Un clásico es estar una página delante del día 6 de junio de 1803". No creo que la literatura sea una masa compacta.

P. ¿Escribes algo últimamente?

R. La verdad es que escribo poco. Algunos textos y algunos artículos en el ABC, pero poca cosa más. La verdad es que tampoco leo mucho. ¡Es que le veo tan poca utilidad a los libros! Me aburren.

P. ¿Y qué es de La antología de la locura de próxima publicación en Hiperion?

R. Sí, ya debe de estar en imprenta.

(Me ayuda Felicidad Blanch viendo que Leopoldo no estaba con ánimos de extenderse sobre esta cuestión.)

F. B.: Son textos de una revista que publican en el sanatorio que se llama Globo rojo, y hay de todo, hay poemas, pequeños cuentos, ideas... Hay cosas preciosas.

Yo lo que estoy esperando es que venga Georgi Dan y que nos pongan a hacer lo de «mami, qué será lo que tiene el negro».

(La entrevista se acaba con una larga carcajada)

Fuente: https://www.elconfidencial.com/cult...

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Guerra de Afganistán (1978-1992)

Tortuga Antimilitar - 11 August, 2025 - 00:00

Te explicamos qué fue la guerra de Afganistán (1978-1992) y quiénes se enfrentaron. Además, cómo y por qué intervinieron la Unión Soviética y Estados Unidos.
Los muyahidines recibieron apoyo de Estados Unidos y Pakistán para enfrentarse al gobierno comunista.

¿Qué fue la Guerra de Afganistán?

La guerra de Afganistán (1978-1992) fue un conflicto militar que enfrentó al gobierno comunista de la República Democrática de Afganistán (apoyado por la Unión Soviética) contra diferentes grupos anticomunistas. El conflicto también es conocido como la guerra ruso-afgana o como la invasión soviética de Afganistán, y no debe confundirse con la guerra de Afganistán que sucedió entre 2001 y 2021.

El conflicto se inició en 1978, cuando las fuerzas comunistas del país con apoyo de la Unión Soviética hicieron un golpe de Estado y derrocaron al gobierno del presidente Mohammed Daoud. En su lugar, fundaron la República Democrática de Afganistán. Diferentes grupos de la oposición se unieron en contra del régimen prosoviético e iniciaron una guerra de guerrillas que duró más de una década, gracias al apoyo económico y militar de Estados Unidos y Pakistán.

Entre los grupos más importantes de la oposición se encontraban los muyahidines, que eran comunidades guerrilleras que predicaban el islamismo radical. Con la crisis y la caída de la Unión Soviética, las fuerzas comunistas en Afganistán terminaron de debilitarse y fueron derrotadas por los muyahidines. En 1992, se fundó el Estado Islámico de Afganistán, que estableció un sistema de gobierno basado en el fundamentalismo religioso.

La intensa y larga guerra civil diezmó la población afgana. De las trece millones de personas que integraban la sociedad afgana al inicio de la guerra, más de un millón de personas murieron y más de cinco millones se exiliaron como refugiados en los países vecinos y en Europa.

Por otro lado, el nuevo régimen fundamentalista estableció un gobierno dictatorial basado en la ley religiosa que estableció un estricto control de la población y anuló las libertades elementales.

Antecedentes de la guerra de Afganistán

Desde la década de 1940, Afganistán estaba gobernada por el rey Mohammed Zahir Shah. Durante su reinado, Zahir Shah estableció una monarquía constitucional y su primo, el general Mohammed Daud Khan, ejerció como Primer Ministro.

En 1973, con el apoyo de grupos comunistas afganos y de la Unión Soviética, Daud derrocó al rey, estableció un gobierno republicano y se convirtió en presidente de Afganistán. Durante su gobierno, nacionalizó las industrias más importantes del país, lo que perjudicaba a algunos de los sectores mejor acomodados de la sociedad.

En el marco de la Guerra Fría, la Unión Soviética comenzó a tener cada vez más influencia dentro del país a través del Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA). Daud buscó neutralizar a las fuerzas comunistas y buscó otros aliados para intentar controlar la situación. Sin embargo, no logró consolidar su poder de manera permanente.

El 17 de abril de 1978, Mir Ali Akbar Kaibar (uno de los principales líderes comunistas) fue asesinado por la policía. Su funeral se convirtió en una manifestación pública en contra del gobierno de Daud. En los días siguientes, los líderes comunistas fueron perseguidos y arrestados. Sin embargo, el 27 de abril el PDPA llevó a cabo un golpe de Estado, asesinó a Daud y estableció la República Democrática de Afganistán.

El nuevo gobierno del PDPA promulgó de inmediato una serie de medidas radicales centradas en la reforma de la propiedad de la tierra y de las instituciones políticas (como la igualdad de derechos de las mujeres).

Estas medidas fueron repudiadas por varios grupos sociales, que las veían como un ataque a las costumbres sociales y religiosas de la sociedad afgana. La oposición al gobierno integró grupos heterogéneos: fundamentalistas islámicos, facciones tribales, intelectuales y clases acomodadas.

Por otro lado, durante el primer año de gobierno, diferentes facciones comunistas se enfrentaron por el liderazgo del PDPA. La inestabilidad política, la debilidad interna del PDPA y la impopularidad de las reformas llevaron a que se levantaran diferentes focos de oposición armada contra el nuevo gobierno.

En diciembre de 1979, tropas soviéticas ingresaron a Afganistán con el objetivo de deponer al presidente Hafzullah Amin y sustituirlo por otro líder comunista pro-soviético, Babrak Karmal. La presencia de un ejército extranjero dentro de Afganistán llevó a que los diferentes grupos de la oposición se unieran en la resistencia al régimen comunista.

Desarrollo de la guerra de Afganistán

Durante la guerra de Afganistán, los muyahidines mantuvieron el control de las zonas montañosas y rurales.

Con el ingreso de las tropas soviéticas a Afganistán, en diciembre de 1979, la resistencia contra el gobierno comunista tomó otras dimensiones. La guerra contra un gobierno central que amenazaba los valores conservadores de la sociedad religiosa afgana se convirtió en una guerra contra una invasión extranjera.

En poco tiempo, la Unión Soviética ingresó a Afganistán más de 100.000 efectivos de guerra. En el marco de la Guerra Fría, el gobierno de Estados Unidos decidió actuar de manera inmediata. Comenzó a enviar armamentos y otros recursos para asistir a los diferentes grupos de resistencia.

La resistencia al régimen no estuvo organizada de manera central, sino que integraba a decenas de grupos de diverso origen y que defendían diferentes intereses. Los grupos se relacionaban a través de lazos tribales, redes religiosas y alianzas políticas. Además, con la invasión de las tropas soviéticas, muchos de los oficiales y soldados que formaban parte del ejército del gobierno desertaron y se volcaron a la lucha de resistencia.

Entre los grupos más importantes de la oposición se encontraban los “muyahidines”, que eran grupos fundamentalistas islámicos que promovían la guerra religiosa (llamada “yihad”). Cada grupo se constituía como una facción militar independiente y sus alianzas fueron variando con el transcurso del conflicto.

Durante la guerra de Afganistán, los muyahidines afganos recibieron asistencia militar y económica internacional. Se estima que arribaron más de 35.000 yihadistas desde diferentes partes del mundo y que, muchos de ellos, fueron entrenados por la CIA (Agencia Central de Inteligencia del gobierno de Estados Unidos).

Entre los muyahidines más conocidos se encontraban Gulbudin Hekmatiar (fundador de Hezbi Islami), Burhanuddin Rabbani (líder de Jamiati Islami), Muhammad Mohaqiq, Abdul Rasul Sayyaf (Unión Islámica para la Liberación de Afganistán) y Osama Bin Laden (que en aquellos años fundó Al Qaeda, una organización paramilitar que luego fue conocida por su terrorismo contra Estados Unidos).

Durante más de una década, la guerra se estancó en una situación de guerrilla. El gobierno oficial y los soviéticos ocupaban la mayoría de las ciudades mientras que los diferentes grupos de resistencia mantenían el control sobre las zonas rurales y montañosas. La resolución de la guerra estuvo vinculada a los cambios en la política internacional de la Unión Soviética y, luego, en la crisis definitiva que llevó a su disolución y al fin de la Guerra Fría.

Fin de la guerra de Afganistán

En 1985 comenzaron las negociaciones entre las diferentes fuerzas involucradas en el conflicto: el régimen comunista, los rebeldes afganos, la Unión Soviética, Estados Unidos y Pakistán. El gobierno demandaba que Estados Unidos y Pakistán dejaran de asistir a los rebeldes, mientras que Pakistán exigía la retirada de las tropas soviéticas de Afganistán y el retorno de los millones de refugiados afganos a su país.

En 1986, el líder de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, decidió sustituir a Babrak Karmal por Mohammad Najibullah y fomentar la creación de un gobierno afgano que incluyera algunos líderes de la oposición más moderada. Sin embargo, estas iniciativas no tuvieron suficiente apoyo. Finalmente, Estados Unidos y la Unión Soviética iniciaron las negociaciones que terminaron en la firma de los Acuerdos de Ginebra el 14 de abril de 1988. En ellos se acordó la retirada gradual de tropas soviéticas.

Entre mayo de 1988 y enero de 1989, las tropas soviéticas se retiraron definitivamente del país. Sin embargo, la guerra del gobierno comunista afgano contra los rebeldes continuó, la Unión Soviética siguió apoyando al régimen de Najibullah con asistencia económica y militar, al igual que Estados Unidos con los muyahidines.

En 1991, ante la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, el gobierno comunista en Afganistán dejó de recibir el apoyo extranjero. Finalmente, el régimen de Najibullah cayó en abril de 1992 y el gobierno fue tomado por una alianza de los líderes muyahidines, conocida como el Acuerdo de Peshawar.

Consecuencias de la guerra de Afganistán

Luego de la caída del régimen comunista en 1992, los líderes muyahidines conformaron una breve alianza conocida como el Acuerdo de Peshawar y establecieron la República Islámica de Afganistán.

Sin embargo, en los años siguientes, las diferentes facciones se enfrentaron en otra guerra civil que duró hasta 1996. De este enfrentamiento salió victoriosa la facción de los talibanes, que impusieron un régimen fundamentalista islámico en Afganistán que fue derrocado en el año 2001 por Estados Unidos.

La guerra de Afganistán generó un enorme desplazamiento de la población afgana. Se calcula que se exiliaron casi cinco millones de ciudadanos afganos como refugiados en Pakistán, Irán y otros países árabes. Por otro lado, se estima que como resultado de la guerra murieron cerca de un millón de personas.

Acuerdo para la retirada de la URSS de Afganistán

La intervención extranjera en la Guerra de Afganistán llevó a que sea imposible finalizar el conflicto sin la cooperación de todos los involucrados. En definitiva, hasta que las tropas extranjeras (tanto soviéticas como estadounidenses) no se retiraran del territorio, las dos facciones afganas enfrentadas seguirían obteniendo recursos y apoyo para continuar su lucha.

Las negociaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética para retirarse del conflicto comenzaron en 1985, pero fue recién cuando la relación entre ambos países mejoró en otros aspectos que comenzaron a llegar a un acuerdo. En diciembre de 1987, Ronald Reagan (presidente de EE. UU.) y Mijail Gorbachov (líder de la URSS) se reunieron en Washington para debatir diferentes asuntos, entre ellos, cómo finalizar la guerra de Afganistán.

En febrero de 1988, Gorbachov emitió un comunicado unilateral en el que anunciaba una fecha para la retirada de tropas soviéticas de Afganistán. El propósito era acelerar la diplomacia que había comenzado en Washington y lograr la firma de un acuerdo multilateral en marzo con los diferentes países involucrados.

Declaración de Gorbachov sobre la retirada de la URSS de Afganistán

Marzo de 1988

Hace ya largo tiempo que continúa el conflicto militar en Afganistán. Este es uno de los conflictos regionales más penosos y dolorosos. Ahora, a juzgar por todo, se crearon determinadas condiciones para su arreglo político. Con este motivo, la Dirección soviética considera necesario expresar sus consideraciones y aclarar hasta el fin su postura. (...)

Queriendo contribuir al rápido y exitoso término de las conversaciones afgano-paquistaníes de Ginebra, los Gobiernos de la URSS y la República de Afganistán acordaron establecer la fecha concreta del comienzo de la retirada de las tropas soviéticas el 15 de mayo de 1988, y terminar la retirada de las mismas en el transcurso de diez meses. Esta fecha fue establecida partiendo de que la firma del acuerdo sobre el arreglo tendrá lugar no más tarde del 15 de marzo de 1988 y, correspondientemente, todos ellos entrarán en vigor al mismo tiempo dentro de dos meses. Si la firma del acuerdo tiene lugar antes del 15 de marzo, correspondientemente comenzará antes también la retirada de las tropas. (...)

La cuestión de la retirada de nuestras tropas de Afganistán se planteó ya en el XXVII Congreso del PCUS. (...)

Con motivo de lo relacionado con el comienzo de la retirada de las tropas soviéticas hay necesidad de aclarar nuestra actitud en otro aspecto más: ¿está vinculada la retirada con que se han coronado los esfuerzos para crear en Afganistán un Gobierno de coalición, nuevo, es decir, con que la política de reconciliación nacional ha sido llevada hasta el final? Como nosotros estamos convencidos, no está ligada.

Una cosa es la retirada de las tropas soviéticas, en combinación con otros aspectos del arreglo, incluida la garantía de la no intervención. En esto participan diversos países. Por cierto que, como nos imaginamos, no debe quedar apartado del arreglo político también el vecino Irán.

Otra cosa es la reconciliación nacional y la creación de un Gobierno de coalición. Este es un asunto afgano puramente interno. Tan sólo lo pueden decidir los mismos afganos, aunque pertenecientes a campos diversos incluso enfrentados. (..) Los compromisos de Ginebra cerrarán los caminos de la ayuda foránea a los que confían en imponer por la fuerza de las armas su voluntad a todo un pueblo. (...)

Ahora, respecto a nuestros muchachos, a nuestros combatientes en Afganistán. Han cumplido y cumplen con honor su deber, revelando en ello abnegación y heroísmo. Nuestro pueblo respeta profundamente a los que tuvieron que hacer el servicio militar en Afganistán. El Estado les garantiza la posibilidad primordial de adquirir una buena instrucción, un trabajo digno e interesante.

Es sagrado para nosotros el recuerdo de los que como valientes murieron en Afganistán. Los órganos soviéticos y partidarios están obligados a preocuparse de que las familias de los caídos, sus familiares y allegados, estén rodeados de desvelos, atenciones y buenos deseos. Y finalmente, cuando se desenrede el nudo afgano, esto ejercerá el influjo más profundo también en otros conflictos regionales. (...)

¿Quién sale ganando de estos conflictos? Nadie, excepto los mercaderes de armas, diversos géneros de círculos reaccionarios y expansionistas, acostumbrados a sacar tajada y enriquecerse en las calamidades y desgracias de los pueblos.

Llevar hasta el final las cosas del arreglo político en Afganistán será una fuerte ruptura en la cadena de los conflictos regionales.

Mijail Gorbachov

Fuente: https://humanidades.com/guerra-de-a...

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Buscando a Federico

Tortuga Antimilitar - 10 August, 2025 - 00:00

Categorías: Tortuga Antimilitar

El imperio británico mató a 165 millones de indios en 40 años: Cómo el colonialismo inspiró el fascismo

Tortuga Antimilitar - 10 August, 2025 - 00:00

Fuente: https://www.globalresearch.ca/briti...

Ben Norton

Un estudio académico encontró que el colonialismo británico causó aproximadamente 165 millones de muertes en India entre 1880 y 1920, mientras robaba billones de dólares de riqueza. El sistema capitalista global se fundó sobre los genocidios imperiales europeos, que inspiraron a Adolf Hitler y condujeron al fascismo.

El colonialismo británico causó al menos 100 millones de muertes en India en aproximadamente 40 años , según un estudio académico.

Y durante casi 200 años de colonialismo, el imperio británico robó al menos $ 45 billones en riqueza de la India , calculó un destacado economista.

Los crímenes genocidas cometidos por los imperios europeos fuera de sus fronteras inspiraron a Adolf Hitler y Benito Mussolini, lo que condujo al surgimiento de regímenes fascistas que llevaron a cabo crímenes genocidas similares dentro de sus fronteras.

El antropólogo económico Jason Hickel y su coautor Dylan Sullivan publicaron un artículo en la respetada revista académica World Development titulado “ Capitalismo y pobreza extrema : un análisis global de los salarios reales, la estatura humana y la mortalidad desde el largo siglo XVI”.

En el informe, los académicos estimaron que India sufrió un exceso de 165 millones de muertes debido al colonialismo británico entre 1880 y 1920.

“Esta cifra es mayor que el número combinado de muertes de ambas guerras mundiales, incluido el holocausto nazi”, señalaron.

Agregaron: “La esperanza de vida india no alcanzó el nivel de la Inglaterra moderna temprana (35,8 años) hasta 1950, después de la descolonización”.

India, 165 millones de muertes Colonialismo británico

Hickel y Sullivan resumieron su investigación en un artículo en Al Jazeera, titulado “ Cómo el colonialismo británico mató a 100 millones de indios en 40 años ”.

Ellos explicaron:

Según una investigación del historiador económico Robert C Allen, la pobreza extrema en la India aumentó bajo el dominio británico, del 23 % en 1810 a más del 50 % a mediados del siglo XX. Los salarios reales disminuyeron durante el período colonial británico, alcanzando su punto más bajo en el siglo XIX, mientras que las hambrunas se hicieron más frecuentes y mortales. Lejos de beneficiar al pueblo indio, el colonialismo fue una tragedia humana con pocos paralelos en la historia registrada.

Los expertos coinciden en que el período de 1880 a 1920, el apogeo del poder imperial británico, fue particularmente devastador para la India . Los censos de población integrales realizados por el régimen colonial a partir de la década de 1880 revelan que la tasa de mortalidad aumentó considerablemente durante este período, de 37,2 muertes por cada 1.000 habitantes en la década de 1880 a 44,2 en la década de 1910 . La esperanza de vida se redujo de 26,7 años a 21,9 años .

En un artículo reciente en la revista World Development, utilizamos datos del censo para estimar la cantidad de personas asesinadas por las políticas imperiales británicas durante estas cuatro décadas brutales. Solo existen datos sólidos sobre las tasas de mortalidad en la India desde la década de 1880. Si usamos esto como la línea de base para la mortalidad «normal», encontramos que se produjeron unos 50 millones de muertes en exceso bajo la égida del colonialismo británico durante el período de 1891 a 1920.

Cincuenta millones de muertes es una cifra asombrosa y, sin embargo, es una estimación conservadora. Los datos sobre salarios reales indican que en 1880, el nivel de vida en la India colonial ya había disminuido drásticamente desde sus niveles anteriores . Allen y otros académicos argumentan que antes del colonialismo, el nivel de vida de los indios puede haber estado “a la par con las partes en desarrollo de Europa occidental”. No sabemos con certeza cuál era la tasa de mortalidad precolonial de la India, pero si asumimos que era similar a la de Inglaterra en los siglos XVI y XVII (27,18 muertes por cada 1000 personas), encontramos que en la India ocurrieron 165 millones de muertes en exceso . durante el período de 1881 a 1920.

Si bien el número exacto de muertes es sensible a las suposiciones que hacemos sobre la mortalidad de referencia, está claro que alrededor de 100 millones de personas murieron prematuramente en el apogeo del colonialismo británico . Esta es una de las mayores crisis de mortalidad inducidas por políticas en la historia de la humanidad. Es mayor que el número combinado de muertes que ocurrieron durante todas las hambrunas en la Unión Soviética, la China maoísta, Corea del Norte, la Camboya de Pol Pot y la Etiopía de Mengistu.

Esta asombrosa cifra no incluye las decenas de millones de indios más que murieron en las hambrunas provocadas por el hombre que fueron causadas por el imperio británico.

En la notoria hambruna de Bengala en 1943, aproximadamente 3 millones de indios murieron de hambre, mientras que el gobierno británico exportaba alimentos y prohibía la importación de granos.

Los estudios académicos realizados por científicos encontraron que la hambruna de Bengala de 1943 no fue el resultado de causas naturales ; fue producto de las políticas del primer ministro británico Winston Churchill .

El propio Churchill fue un racista notorio que declaró: “Odio a los indios. Son un pueblo bestial con una religión bestial”.

A principios de la década de 1930, Churchill también admiraba al líder nazi Adolf Hitler y al dictador italiano que fundó el fascismo, Benito Mussolini.

Los propios eruditos partidarios de Churchill admitieron que él “ expresó su admiración por Mussolini ” y que “si se ve obligado a elegir entre el fascismo italiano y el comunismo italiano, Churchill elegiría sin dudarlo el primero”.

El político indio Shashi Tharoor , quien se desempeñó como subsecretario general de las Naciones Unidas, ha documentado exhaustivamente los crímenes del imperio británico, particularmente bajo Churchill.

“ Churchill tiene tanta sangre en sus manos como Hitler ”, subrayó Tharoor. Señaló “las decisiones que él [Churchill] firmó personalmente durante la hambruna de Bengala, cuando 4,3 millones de personas murieron a causa de las decisiones que tomó o respaldó”.

La galardonada economista india Utsa Patnaik ha estimado que el imperio británico extrajo 45 billones de dólares de riqueza del subcontinente indio.

En una entrevista de 2018 con el sitio web de noticias indio Mint, explicó:

Entre 1765 y 1938, el drenaje ascendió a 9,2 billones de libras esterlinas (equivalentes a 45 billones de dólares), tomando como medida los ingresos excedentes de exportación de la India y componiéndolos a una tasa de interés del 5%. A los indios nunca se les acreditaron sus propias ganancias en oro y divisas. En cambio, a los productores locales aquí se les ‘pagó' el equivalente en rupias del presupuesto, algo que nunca encontrarías en ningún país independiente. El ‘drenaje' varió entre el 26-36% del presupuesto del gobierno central. Obviamente habría hecho una gran diferencia si las enormes ganancias internacionales de la India se hubieran mantenido dentro del país. India habría estado mucho más desarrollada, con indicadores de salud y bienestar social mucho mejores. Prácticamente no hubo aumento en el ingreso per cápita entre 1900 y 1946,

Dado que Gran Bretaña se llevó todas las ganancias, tal estancamiento no es sorprendente. La gente común moría como moscas debido a la desnutrición y las enfermedades. Es impactante que la esperanza de vida de los indios al nacer fuera de solo 22 años en 1911. Sin embargo, el índice más revelador es la disponibilidad de cereales para la alimentación. Debido a que el poder adquisitivo de los indios comunes estaba siendo reducido por los altos impuestos, el consumo anual per cápita de granos alimenticios se redujo de 200 kg en 1900 a 157 kg en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, y se desplomó aún más a 137 kg en 1946. Ningún país en el El mundo de hoy, ni siquiera el menos desarrollado, está ni cerca de la posición que tenía la India en 1946.

Patnaik enfatizó:

El mundo capitalista moderno no existiría sin el colonialismo y el drenaje. Durante la transición industrial de Gran Bretaña, de 1780 a 1820, la fuga de Asia y las Indias Occidentales combinadas fue de alrededor del 6 por ciento del PIB de Gran Bretaña, casi lo mismo que su propia tasa de ahorro. Después de mediados del siglo XIX, Gran Bretaña tenía déficits en cuenta corriente con Europa continental y América del Norte y, al mismo tiempo, estaba invirtiendo masivamente en estas regiones, lo que significaba tener también déficits en cuenta de capital. Los dos déficits se sumaron a los grandes y crecientes déficits de la balanza de pagos (BdP) con estas regiones.

¿Cómo fue posible que Gran Bretaña exportara tanto capital, que se destinó a la construcción de vías férreas, carreteras y fábricas en EE. UU. y Europa continental? Sus déficits de balanza de pagos con estas regiones se estaban resolviendo mediante la apropiación del oro financiero y las divisas ganadas por las colonias, especialmente India. Todos los gastos inusuales, como la guerra, también se incluyeron en el presupuesto indio, y todo lo que India no pudo cubrir a través de sus ganancias de cambio anuales se mostró como su deuda, sobre la cual se acumularon intereses.

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La fuente original de este artículo es Multipolarista

Fuente: https://africando.org/ong/prensa-pa...

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Burt Lancaster: Acróbata, príncipe, charlatán

Tortuga Antimilitar - 9 August, 2025 - 00:00

Jose Miguel García de Fórmica-Corsi

No tenía ninguna formación; en principio, nada en su trayectoria parecía anticipar su dedicación a la interpretación. Se había iniciado profesionalmente como artista de circo hasta que una lesión lo retiró de las pistas. Paseó su desorientación por diversos oficios (incluido el de la guerra) hasta que alguien advirtió que tenía buena planta y le dio un papel en el teatro. Poco después, esa vieja historia que muchas veces nos suena a mito pero que se hacía realidad de cuando en cuando, sucedió: un productor de Hollywood que buscaba un rostro nuevo pensó que le vendría bien para el personaje central de la película que iba a producir, un papel poco exigente en principio, que necesitaba poco más que una imponente condición física. Eso sí, el papel lo iniciaba directamente en el cine como protagonista, estatus del que solo lo apearía la edad, aunque seguiría disfrutando de roles extensos si ya no el principal. Tardó tiempo en ser respetado. Le perjudicaba, como a otros grandes actores (John Wayne, por ejemplo), que pareciera eso que ya se ha dicho: solo alguien con buena planta. Y en un principio, debe reconocerse, era ante todo una presencia. Su evolución como actor habría de ser de las más apasionantes que ha dado el cine. Ese muchacho de cuerpo envidiable y expresión enérgica acabaría revelando una variedad de registros muy superior a la de otros intérpretes de su estilo. Es más, demostraría una desconcertante facilidad para pasar de la actuación más sobria y ascética a la exuberancia más desatada, cuando no directamente histriónica (mas sin dejar entrever el mero narcisismo personal, al estilo de Marlon Brando o del Paul Newman joven, sino sabiendo ponerla al servicio de personajes que así lo demandaban). El hombre que solo parecía adecuado para personajes plebeyos que se expresan mediante la acción o la violencia de pronto fue descubierto por la crítica internacional como la encarnación perfecta de una aristocracia tal vez decadente pero todavía digna, exhibiendo una elegancia y una compostura que nadie habría adivinado en aquel tipo que saltaba sobre arboladuras y tejados. Encarnó como pocos la fuerza más exultante, pero también supo conmovernos dando vida al desmoronamiento de los sueños del vigor: a la decadencia física. Fue acróbata. Fue príncipe. Fue charlatán. Fue, sencillamente, Burt Lancaster, uno de los más grandes actores de todos los tiempos.

Seguramente ningún otro actor de la historia del cine haya comenzado su carrera de un modo más extraordinario que él. Se encuentra en el inicio del clásico del cine negro Forajidos (1946), en la parte del film que precisamente adapta el cuento breve de Ernest Hemingway que después los guionistas extenderían de modo estupendo. Dos killers se presentan, de noche, en el café de un tranquilo pueblecito y allí amedrentan con facilidad a sus empleados y clientes, anunciando que buscan para matarlo a un sujeto apodado el Sueco que saben que acude todas las noches a ese local. Uno de los clientes escapa y corre a avisarlo. Lo encuentra tumbado en la oscuridad de su habitación, pero al anunciarle la inminente llegada de los asesinos, el hombre no hace un solo movimiento de huida. Es más, le dice que no va a hacer nada, que está cansado de escapar. «Cometí un error en cierta ocasión», es la única (y memorable) justificación que dará. Cuando por fin queda solo, la cámara se acerca a él, el rostro todavía entre sombras, pero al escuchar el ruido que hacen quienes lo van a matar al subir las escaleras, se incorpora levemente y la luz nos revela ya por completo a un muy joven Lancaster. Acto seguido, los killers entran y comienzan a disparar a bocajarro: el plano muestra sus rostros hieráticos, iluminados por el relampagueo de los disparos. Una secuencia genial, digna de ese gran estilista que fue Robert Siodmak.

Ese actor rubio, de rostro apuesto pero no delicado —de hecho, era más bello en plano medio que en plano corto: aquí, la cámara desnuda pequeños rastros de acné juvenil enquistado que endurecen su cara, alejándolo saludablemente de la apariencia efébica—, de voz imponente aunque no cultivada, no desaprovechó la oportunidad. El personaje del Sueco lo encaminó, lógicamente, a otros papeles dentro del mismo género: en Hollywood se estaba viviendo el esplendor del cine negro. En esa segunda mitad de los años cuarenta, y en general dentro de la Paramount, Lancaster se hizo un nombre familiar en el thriller, con personajes que, a uno y otro lado de la ley, sin embargo dejan poca huella en comparación con los posteriores. Sencillamente, fueron la escuela en la que el intérprete fue ganando soltura: buenas películas, aunque no excepcionales, como Fuerza bruta, Desert Fury, Al volver a la vida o Voces de muerte. Él mismo decidirá cerrarla tras el título que puede considerarse su culminación, El abrazo de la muerte (1949), en la que volvió a ser dirigido por Siodmak en un rol que puede considerarse el modo de cerrar el círculo abierto en el noir, puesto que vuelve a encarnar a un hombre manipulado con facilidad por una mujer fatal (la primera, fabulosa, había sido Ava Gardner; la segunda, entrañable pero menos imponente, Yvonne de Carlo) y empujado a la comisión de un atraco que concluirá con el clásico enfrentamiento entre los miembros de la banda.

En todas ellas, sean personajes dentro o fuera de la ley, Burt Lancaster pasea el mismo tipo: un hombre que se conduce con firmeza, si no siempre con sensatez. Tiene mandíbulas fuertes y sabe que su gesto serio es imponente: revela carácter y determinación. Sin embargo, su expresión severa todavía deriva fácilmente en simple hosquedad: con el tiempo, conseguirá que ese gesto suyo posea unos matices de los que todavía no es capaz. Los modos son lacónicos, la sobriedad lo sitúa al borde de lo meramente taciturno. Es poco amigo de dulcificar el gesto, tal vez temiendo desprender blandura (es un tough guy, después de todo), y de hecho cuando lo hace desprende cierto embarazo. Es curioso, porque enseguida descubrirá él atractivo de la distensión y convertirá la sonrisa radiante, incluso exhibicionista, en un atributo central de su panoplia de recursos para determinado tipo de personajes.

Era ambicioso, muy ambicioso. No tardó en advertir que la carrera de un actor está siempre a expensas de que lo llamen: del favor del público, de la atención de un estudio o de las expectativas de un productor. Por ello, rápidamente decidió controlar su carrera y formar su propia compañía de producción junto a su amigo y agente Harold Hecht bajo el nombre de Norma Productions. Con el tiempo se unirá a ellos James Hill, a quien Lancaster había conocido como guionista, y el sello se convertirá en Hecht-Hill-Lancaster, muy activo hasta principios de los sesenta. Más tarde, ya en solitario, el actor seguirá interviniendo en la producción de varias de sus películas en el difícil tránsito a los papeles de hombre mayor.

Si bien el primer título que produjo fue todavía un thriller homologable con aquellos en los que intervenía como actor bajo contrato, Sangre en las manos (1948), enseguida emprenderá la producción de un ciclo de películas de aventuras con las que dará un giro completo a la imagen que había propuesto hasta ese momento. Recobrando sin complejos su pasado como acróbata (y de paso a su amigo y socio en aquel periplo, el diminuto y entrañable Nick Cravat), el actor estrena hasta cuatro films que serían un mito para la chavalería de la época: El halcón y la flecha (1950), Diez valientes (1951), El temible burlón (1952) y Su Majestad de los mares del Sur (1953). A tres de ellos he dedicado un extenso artículo en este blog, por lo que a él remito. Sus tramas y escenarios son muy diferentes entre sí, pero en todos Lancaster encarna a un aventurero de apariencia cínica que acaba comportándose con el mayor idealismo, defendiendo la causa de la libertad, sobre todo en los dos mejores, el primero (un clásico absoluto del cine, cuya calidad se justifica sabiendo que su director fue el genial Jacques Tourneur) y el tercero (en la que recuperó a Robert Siodmak, si bien ahora el actor era el jefe, y un jefe con las ideas muy claras, lo que acabó provocando el enfrentamiento dentro del rodaje).

Con la mirada bien puesta en los intérpretes que lo habían precedido dentro de semejante rol, sobre todo el mítico Douglas Fairbanks, sin desdeñar a Errol Flynn, pero mejor actor que estos, Lancaster no duda en arriesgar un registro extrovertido y una arrogancia del todo desprejuiciada. La sobriedad queda a un lado, y no digamos ya la hosquedad o el laconismo. El arquero Dardo y el pirata Vallo son hombres seguros de sí mismos, que se expresan tanto mediante una arriesgada cabriola como exhibiendo una sonrisa radiante que parece contagiarse en derredor suyo. Además, y con la excepción de Fairbanks, cuyo ejemplo empezaba a quedar lejano, nunca se había visto en el cine (el sonoro) que un actor realizara él mismo y sin la menor duda todas y cada una de las arriesgadas escenas de acción, con la correspondiente verosimilitud (y seguiría haciéndolo hasta edad avanzada). Por todo ello, no extraña la adhesión sin límites que el actor provoca en aquellos espectadores sin complejos, sobre todo entre quienes vimos estas películas con pocos años y hemos ido creciendo con ellas.

Podría pensarse que el actor se arriesgaba a otro tipo de encasillamiento: del tipo duro y lacónico del thriller al aventurero guasón de ademanes exagerados. Es mérito del actor que buscara papeles que diversificaran esa imagen (que además cerró tras la última de las cuatro películas antedichas: Lancaster tuvo siempre claro cuándo hay que clausurar una etapa y abrirse a otras). El primero fue el del poco carismático esposo borracho de Vuelve, pequeña Sheba (1952), una de esas películas «pequeñas y adultas» con las que Hollywood siempre ha intentado atraer a otro público, que existe, diferente al que devora el mainstream de todas las épocas. Este primer intento es discutible, quizá porque no supo administrar sus recursos: con el hándicap de lucir las clásicas sienes plateadas sobre rostro terso con que el cine americano de la época pretendía envejecer a sus actores (sin la menor credibilidad), al actor se le nota incómodo en un rol que es nuevo para él, y encima su partenaire femenina lo eclipsa por completo (la actriz Shirley Booth, que procedía del teatro, donde había tenido un gran éxito con la presente obra, ganó su correspondiente Oscar y prudentemente se volvió por donde había venido).

Ahora bien, Lancaster aprendería. Siempre lo hizo y siempre para bien. Tres años después aceptó un reto similar (con el mismo director en ambas ocasiones, por cierto, Daniel Mann). Esto es, la adaptación de otra obra teatral de prestigio dominada por un personaje femenino fuerte encomendado además a una actriz de superior reputación a la suya, en este caso la italiana Anna Magnani (que, para más inri, también ganó el Oscar). Lancaster aprendió del error anterior, comprendiendo que, siendo su personaje un sujeto excesivo que irradia vulgar extroversión, podía correr el riesgo de parodiarse a sí mismo en su registro carismático. Y no sucede así, porque el actor consigue otorgar a su Mangiacavallo una entrañable ternura, bañando su interpretación de una encomiable modestia que le permite complementarse a la perfección con la diva italiana. Era la interpretación más arriesgada que había ejecutado hasta entonces y, aunque los aplausos se los llevó la Magnani, como era de esperar, supo que ese era el camino.

Por otra parte, el actor había alcanzado ya la cúspide. El empujón definitivo hacia el cine serio se lo había dado su intervención en De aquí a la eternidad (1953), un film indudablemente mítico aunque a mí me parece muy artificioso y, sobre todo, tramposo tanto en el plano ideológico (su presunta denuncia de la institución militar esconde una hipócrita apología de los valores castrenses: como siempre, sobran algunas manzanas podridas, porque sin ellas el barril es sano) como en el desarrollo de personajes. Aun así, Lancaster brilla en su rol de sargento que sabe bien que, en un cuerpo dominado por la jerarquía y, por tanto, por la arbitrariedad, hay que transigir siempre con los que están arriba, aun cuando no siempre sea posible mantener una mínima dignidad. Además, dejó bien claro que era un actor que irradiaba masculinidad viril, como demuestra la famosa escena de la playa (que sigue siendo de lo mejor de la película), retozando entre las olas con Deborah Kerr. Una primera nominación al Oscar al mejor actor sancionó el triunfo y el nuevo estatus.

A mediados de los cincuenta, dueño de una carrera bien sólida, Lancaster tiene claro que domina con igual facilidad dos modos interpretativos. Hace muchos años leí en Carlos Aguilar que, en inglés, se corresponden con dos términos bien entendibles: el overacting (la exuberancia expresiva) y el underplaying (justo lo contrario: la sobriedad y el ascetismo en los gestos). Ni una ni otra garantiza de por sí una buena interpretación. La primera corre el riesgo de incurrir en el histrionismo desatado; la segunda, en la inexpresividad. Ahora bien, cierto es que el primero de los excesos siempre será más cargante que el segundo: entre Nicolas Cage o Ryan Gosling, lo tengo bien claro. Este me aburre, aquel me enfada.

Dos westerns que él mismo produjo en el año de 1954 y a las órdenes del mismo director, Robert Aldrich, sirven de inmejorable ejemplo. En el primero, Apache, de modo coherente con el laconismo que los blancos hemos aprendido a esperar de los indios, Lancaster no hace un gesto de más, y sin embargo basta para dotar a su Masai de la dignidad indomable que lo caracteriza. En el segundo, Veracruz, Lancaster da vida nada menos que a un granuja sin remisión, el primero de su carrera, pero consigue que resulte irresistible y que cada aparición suya despierte unas inmejorables expectativas de escuchar alguna sentencia que despierte la carcajada o contemplar algún acto de energía que nos haga saltar de emoción en el asiento. Su Joe Erin es sin la menor duda un villano, alguien capaz de sacrificar a su abuela por el dinero, pero su carisma canalla resulta tan contagioso que casi estamos a punto de perdonarle su egoísmo y su trapacería. Y esto resulta más meritorio en cuanto que su oponente es nada menos que el gran Gary Cooper, encarnando lógicamente el rol opuesto. De hecho, la gracia del planteamiento —entre sus muchas otras virtudes (para mí es uno de los westerns más grandes e influyentes del género)— radica en la alianza, evidentemente precaria, entre esos dos aventureros en la Revolución mexicana que sabemos destinados a enfrentarse al final el uno contra el otro pero que, mientras comparten objetivo e incluso padecen el espejismo de la amistad, sabemos que, de estar a su lado, iríamos con ellos hasta el mismísimo infierno.

A esas alturas, el actor se sabía capaz de llevar cualquiera de los dos registros en la dirección que quisiera. Es así que propuso un segundo villano total en su carrera, desnudándose mucho más que con el anterior en cuanto que aquí es un sujeto que no necesita hacer un gesto de más para amedrentar a quienes le rodean. Se trata del implacable columnista J. J. Hunsecker (Lancaster entendió bien que unas iniciales ya son una inmejorable carta de presentación para impresionar) al que da vida en la estupenda Chantaje en Broadway (1957), del gran Alexander Mackendrick, una de las más terribles miradas que se ha lanzado nunca sobre el mundo del espTony Curtis y Burt Lancaster en Chantaje en Broadwayectáculo, que desnuda sin glamour ni mitomanía, dejando bien claro que el elemento básico de ese espacio es el poder. Quien tiene poder lanza o derriba carreras, y con frecuencia es el mero capricho, la sensación de poder hacerlo sin más, lo que motiva una cosa u otra. Para dar vida a este personaje, el más ingrato de toda su carrera (lo cual remarca su valentía: él fue el productor de un film que no podía sino ser recibido de uñas y por tanto fracasar), Lancaster eligió acogerse al registro opuesto al de Joe Erin, negándole al público, por ello, cualquier mínima posibilidad no ya de empatía sino de comprensión. Empatía que, eso sí, y es una de las grandezas del film, también se le niega a cualquier otro personaje: todos en este film son débiles, estúpidos o iguales de mezquinos que Hunsecker. Es el caso del protagonista, el agente de prensa encarnado por un también impresionante Tony Curtis, cuya mezquindad, eso sí, carece del maléfico efecto que produce su jefe por ejecutarse desde una posición infinitamente más modesta. Es decir, no porque sea mejor que este, sino porque es inferior.

¿Actor sobrio o actor exuberante? En el cambio de década, dos de los mejores papeles del actor dieron cima a cada una de estas variantes.

La primera es El fuego y la palabra (1960), adaptación de la novela de Sinclair Lewis Elmer Gantry a cargo de Richard Brooks, en la que da vida a un viajante dotado de un incontenible don de la palabra que descubre que esta facultad, que en su profesión solo da para vender alguna aspiradora más y para ser el borracho más jovial del bar, es capaz de arrebatar a las masas si se pone al servicio de uno de esos espectáculos de revivalismo religioso tan habituales en el Medio Oeste estadounidense (y tan incomprensibles en España) que acaban siendo un auténtico circo. El papel, lógicamente, permite a Lancaster lucir toda su capacidad para el arrebato histriónico. Y es que el show así lo exige, si bien la grandeza de la interpretación de Lancaster estriba en la ambigüedad con que consigue que su personaje parezca antes un artista de la comunicación que un mero farsante: un artista cuyo escenario es el mundo entero.

El fuego y la palabra contiene la que para mí, desde que la vi con corta edad, es mi escena favorita del actor. Tiene lugar antes de que este encuentre su posición en el espectáculo revivalista, pero lo presagia, incluso lo ilumina. Gantry ha tenido que saltar de un tren en marcha (por momentos, el viajante y el mero vagabundo se confunden) y llega descalzo y desaliñado a un pueblecito. Entonces, se siente atraído por el cántico que escucha proveniente de una humilde iglesia. Al entrar en ella descubre que es una comunidad negra, que al aparecer él deja de cantar el himno que entonaba (el magnífico I'm On My Way to Canaan Land) y lo observa con recelo. Ahora bien, Gantry se interna en medio de ellos y, con una sonrisa de felicidad, asume la voz tenor de la canción, con tanta convicción que todos los demás, comenzando por el pastor, visiblemente complacidos, se unen a él. He ahí la esencia del Gantry creado por Brooks y Lancaster: el hombre capaz de creer genuinamente en lo que hace y saber transmitírselo a los demás. He ahí la esencia del Lancaster más exaltado. Y esta estupenda interpretación le valdría el Oscar al mejor actor. Por cierto, es otro tema, pero merecería un análisis el hecho de que las interpretaciones exuberantes siempre reciban más reconocimiento, y por tanto, premios, que las sobrias.

El otro papel, en cambio, es sin duda aquel en el que menos gesto y palabras tuvo que emplear en sus años estelares. Se trata del juez Ernst Janning, uno de los magistrados cuya colaboración con el nazismo es enjuiciada en uno de los procesos menores de Nuremberg que constituye el eje de esa película vibrante y admirable en el terreno ideológico (esta sí) que es Vencedores o vencidos (1961), de Stanley Kramer. Teniendo en cuenta que Janning es muy diferente a sus despreciables compañeros de banquillo (la imagen que quiere dar de él su defensor, encarnado por Maximilian Schell, es la de un hombre digno que, en vez de huir cobardemente del país, prefirió quedarse y tratar de atenuar en lo posible la arbitrariedad inhumana del régimen nazi), Lancaster otorga a su personaje la más absoluta reserva, el más completo laconismo, siendo durante la mayor parte de la acción una figura estatuaria que casi ni parece que esté atendiendo a las acusaciones. Y sin embargo, basta un mero movimiento de su cabeza al abandonar la sala la infeliz pero digna mujer (Judy Garland, impresionante también) a la que condenó por «corrupción racial», para demostrar que él sí está atento, que a él sí le concierne lo que está pasando en la sala. Y qué inolvidable —es otro de mis momentos favoritos del actor— ese fabuloso instante en que, ante la terrible presión que su abogado está efectuando sobre ella (presión que aquel no ejecuta por mezquindad, sino porque entiende que ha de salvar a Janning para la nueva Alemania que emergerá de las ruinas), Lancaster acaba incorporándose, en el fondo del plano, para gritar con severidad a su propio defensor: «¿Es que vamos a empezar de nuevo?».

El actor estaba en la cima, podría haberse pensado, pero entonces llegó lo impensable. Uno de esos directores italianos cuyo prestigio artístico tanto envidiaban en el «comercial» Hollywood, Luchino Visconti, tuvo la osadía de entregarle el papel titular del príncipe de Salina en la adaptación de la novela de Lampedusa que dio origen a una de las películas más alabadas de todos los tiempos, El Gatopardo (1963). ¡Cómo! ¡Un cow-boy, un aventurero de sonrisa denticlor, un tipo especializado en papeles de charlatán o de borracho o de militar: un plebeyo, en suma, al que se le encomienda el rol de un aristócrata elegante cuya estampa ha de simbolizar ese sentido de la estirpe que un estadounidense, o sea, un miembro de ese país cuya historia comenzó anteayer, nunca podrá comprender! Y sin embargo, todos los críticos se rindieron. La rudeza que esperaban encontrar en él, que esperaban que no pudiera impedir que sacara a la luz en un gesto o en un movimiento cualquiera, sin embargo se vio sustituida por una distinción natural que diríase que no es aprendida sino, en verdad, heredada. El Gatopardo, por ello, fue, para quien todavía necesitara pruebas, la palmaria demostración de la increíble versatilidad de Burt Lancaster.

Al actor todavía le quedaban muchos años de carrera estelar. En los años sesenta, su nombre se asoció a un buen puñado de sólidas películas, de las cuales siempre he tenido debilidad por dos, que tiene por vínculo su condición de películas de acción con «conciencia», siendo este elemento el más débil en ambas, por resultar un tanto unidimensional, mas lo compensa el vigor narrativo. Una es Los profesionales (1966), segundo encuentro con Richard Brooks, regreso al western situado en la Revolución mexicana, donde compartió cartel con un reparto fabuloso (Lee Marvin, Robert Ryan, Jack Palance y, de remate, una maravillosa Claudia Cardinale). La segunda es El tren (1965), la cuarta y mejor de sus cinco colaboraciones, todas solventes, con el realizador John Frankenheimer, que narra una trepidante aventura ferroviaria en los días finales de la ocupación alemana de Francia, con las joyas del museo del Louvre como objeto de disputa. En ella, y a sus cincuenta y tres años, Lancaster ejecuta personalmente una serie de alardes físicos que parecen imposibles en un hombre que ya estaba en eso que llamamos la mediana edad. El más espectacular tiene lugar hacia el final, cuando se arroja por un terraplén, amenazando con trompicarse y desnucarse, para dar credibilidad al plano en que debe alcanzar, de nuevo, el tren sobre el que gira toda la acción. No puede uno asistir a esa exhibición y no conmoverse: donde otros verían narcisismo, otros vemos un insobornable sentido de la profesionalidad.

Sin embargo, esa mención del narcisismo permite llegar a uno de los papeles que más me gustan del actor, el de Neddy Merrill, el protagonista de El nadador (1968), con el que concluiré un recorrido que podría ser infinito sobre una filmografía tan amplia como inabarcable en un mero artículo. Esta película, seguramente discutible por culpa de las ínfulas de modernidad de su director, el olvidado Frank Perry, aun así también resulta magnífica en sus mejores momentos, aquellos en los que puede lucir su origen en un relato sencillamente impresionante del escritor John Cheever. La película, en apariencia, cuenta la epopeya de exaltación viril que ese hombre, Neddy, se empeña en ejecutar porque sí una mañana cualquiera en la lujosa zona residencial donde vive, recorriéndola hasta su propia casa, haciendo paradas en todas las mansiones que afloran en medio del bonito bosque donde están enclavadas, y en concreto, como indica el título de la historia, bañándose en todas y cada una de sus piscinas.

En principio, el papel parece pensado para que Lancaster (tres años mayor que en El tren, por cierto) pueda lucir su espectacular estado de forma, magnificado por la circunstancia de que todo el tiempo luce únicamente un bañador. Ahora bien, lo que se nos cuenta es mucho más ambiguo de lo que parece, pues el relato propone una lúcida mirada sobre la figura del triunfador, tan fundamental en la sociedad y por tanto en el cine y la literatura estadounidenses, que obliga a ir revisando nuestras certezas a medida que avanza la historia. Y lo mejor, desde luego, reside en un Burt Lancaster que está literalmente conmovedor en su interpretación de Neddy Merrill. En un primer momento le aporta el gozoso carisma de quien se cree en su culminación, para ir poco a poco cargando su mirada de pequeños gestos de desconcierto, haciendo emerger una vulnerabilidad que estalla, de forma desgarradora, en toda la parte final. Una parte final que no voy a aclarar para aquellos que no la conozcan (y que deben leer antes el cuento, que no tiene más de veinte páginas) pero que desprende una amargura que el intérprete traduce en primera persona de modo absolutamente sobrecogedor.

Todos estos papeles, y unos cuantos más que inevitablemente se han quedado en el tintero, llevan a la misma conclusión: la carrera de Burt Lancaster fue rica en papeles imborrables, de una versatilidad en verdad admirable debido a la profunda ductilidad que acabó revelando un actor cuyos primeros pasos en el cine no parecían presagiarlo. Se movió con idéntica facilidad en los oscuros callejones de la gran ciudad, en las llanuras del Far West, en los navíos de las Indias orientales y occidentales o en los salones de baile de la vieja Europa. Su fuerza exultante no pareció abandonarle nunca e incluso en sus años de ancianidad supimos que en su interior todavía refulgía el carisma incontenible de sus días de acróbata, la contagiosa vitalidad de sus tiempos de charlatán o la lúcida serenidad de su empeño como príncipe. Siempre fue Burt Lancaster, por supuesto, pero enseguida supimos que Burt Lancaster había más de uno. Desde luego, al menos dos, el aventurero de irresistible sonrisa, a ratos noble y a ratos canalla, y el hombre que no hacía un gesto de más pero era capaz de levantarse, cuando todos guardan silencio, para impedir una última ignominia sobre la faz de la tierra, y mucho menos en su nombre.

Fuente: https://lamanodelextranjero.com/202...

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Es la catástrofe

Tortuga Antimilitar - 8 August, 2025 - 00:00

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